viernes, 26 de febrero de 2010

El Eternauta

El Eternauta y la nevada



El lunes 9 de julio de 2007 nevó sobre Buenos Aires, un hecho inusual en una ciudad en la que la última nevada había ocurrido en 1918. Y fue una nevada más extraña aún porque remitía a otra, terrible, mortal, que cae cada vez que comenzamos a leer El Eternauta, de H G Oesterheld
Ese fin de semana, en la Biblioteca Nacional se realizaba una muestra homenaje por los 50 años de la publicación del Eternauta y 30 años de la desaparición de su autor.
La Biblioteca Nacional se recortaba sobre el cielo plomizo de ese domingo 8 y, al subir la explanada para acceder a la muestra, tuve la sensación de que los gurbos y los cascarudos acechaban ocultos tras los muros y que tal vez nos cruzaríamos con algún Mano cantando la extraña canción de despedida del mundo.
Dentro de la muestra, había una historieta que contaba una nueva aventura de Juan Salvo en la Biblioteca Nacional. Uno podía leer esa aventura realizada especialmente por Juan Sasturain y Solano López –el mismo que la dibujó por primera vez- dentro de la Biblioteca Nacional traspasando esa estrecha frontera que media entre realidad y ficción.
De ahí en más, la muestra, distribuida en las plazas lindantes al edificio plagada de gigantografías de los personajes creados por el escritor desaparecido, los ejemplares de la Editorial Frontera expuestos, los originales incunables, y las obra de artistas como Gorriarena, Sábat, Marcia Schvartz entre otros nos introducían al mundo de Oesterhed completo, a disposición de cualquier lector fascinado por las historias que se desplegaban en la tarde de ese julio helado.
Cuando al día siguiente, de regreso a mi ciudad, vi caer los copos de nieve a través de la ventanilla del ómnibus, escribí en el celular un mensaje a mi hijo que me había acompañado el día anterior a la muestra: ”La nevada mortal”. “Si” contestó él. No hacían falta más palabras.
Todos los lectores de El Eternauta pensamos lo mismo. Al día siguiente lo mencionaron los diarios. Una nevada en Buenos Aires en el marco de la muestra de quien la imaginara invadida por los emisarios de los “Ellos”, era un mágico tributo de la naturaleza. La realidad suele estar construida con la materia de la ficción, con su leve sustancia.
Seguíamos viviendo dentro de “la mejor historia de aventuras que ha dado este país y el mito más perdurable que creó la narrativa argentina en la segunda mitad del siglo XX” –como señala Juan Sasturain que ha escrito largamente sobre ella.


El Eternauta en la escuela

Hace muchos años, allá por 1987 el Eternauta entró para siempre en mi vida. Llegó a mis manos un ejemplar “El Eternauta y otros cuentos” de Alberto Breccia editado por Nueva Frontera, de Madrid en 1979.
Así pude leer en forma completa la historia que conocía fragmentada. Tenía el recuerdo de la generación que me antecede, la que habían salido corriendo al kiosco todos los martes para comprar un ejemplar de Hora Cero, aquella primera dibujada por Solano López. Pero yo, por ese entonces -1957- tenía dos años.
La historieta como género siempre me pareció fascinante, y la historieta de aventuras más aún, leída casi clandestinamente de la pila de revistas que mi vecino de aquel entonces tenía guardada en un mueble de su cuarto. Por ese gusto personal, las incluí en mis programas de Literatura desde antes de que fueran canonizadas. No era bien vista por aquel entonces, una profesora que diera de leer historietas. En tiempos de la dictadura sonaba sospechosa.
La primera vez que abordé el género fue en 1980, con un trabajo que realizamos con los alumnos del viejo bachillerato. En el programa de Literatura Española empezábamos con el Poema de Mio Cid, y francamente, mis alumnos de aquel entonces (ya deben ser tan grandes) no lograban interesarse por un texto compuesto en el siglo XII. Así que se me ocurrió relacionar al héroe castellano con los héroes de historietas. El resultado fue una Historia de la Historieta realizada en diapositivas (oh, estoy hablando del siglo pasado, en tiempos en que las nuevas tecnologías no nos habían facilitado el acceso a las imágenes). El trabajo fue colectivo: los chicos sacaron fotografías de las revistas que encontraron, el guión se escribió con la ayuda de una revista Transformaciones del Centro Editor de América Latina dedicada a la historieta. Una vez que estuvieron las diapositivas armadas grabaron el guión en la radio local (tampoco había mp3, ni forma de bajar música) con una banda musical que trataba en lo posible de ilustrar las imágenes. Recuerdo que, al hablar de Flash Gordon iba la música de Queen, Flash's Theme, banda de la película estrenada ese año.
Después El Eternauta figuró en mis programas de la enseñanza secundaria. Como en la década de los ’90 la obra era inconseguible, en el colegio donde trabajo, en el que había un Centro Editor de pequeños libros con actividades para los alumnos hicimos una edición con la versión de Breccia.

En 1994 Sendra, el autor de Matías visitó el colegio para hablar de su labor de dibujante de historietas. Un día de 1995 invitamos a Juan Sasturain para que charlara con los alumnos sobre El Eternauta y le hicimos un reportaje en la Feria del libro de Bragado que se desarrollaba en ese momento.

Ahora en casi todas las bibliotecas de las escuelas está la hermosa edición del aniversario que distribuyó el Ministerio de Educación y la que editó Clarín con las historietas originales dibujadas por Solano López. Y El Eternauta ha ingresado como literatura sugerida en el diseño curricular de la nueva secundaria

Para quienes aman las aventuras, Oesterheld, el desaparecido, sigue y seguirá siendo el imprescindible referente de una mundo en el que valía la pena jugarse la vida para rescatar a la muchacha, inventar maneras para destruir temibles invasores, andar por el territorio de los muertos o acompañar al jubilado Luna en la torre cosmonave a la caza de cualquier misterio interplanetario.
Como Juan Salvo, Oesterheld no ha muerto, está en el continum 4, por fin a salvo de los Ellos, para seguir deslumbrándonos con sus aventuras que, a veces, terminan mal.

sábado, 20 de febrero de 2010

Horacio Quiroga, salvaje y escritor


Horacio Quiroga (Salto, 1878 - Buenos Aires, 1937) fundó la narrativa hispanoamericana contemporánea. Incorporó el paisaje americano a sus cuentos, esa selva misionera que tanto le impactó hasta el punto de romper con su vida de intelectual urbano. Desafió a la naturaleza que lo ponía a prueba constantemente, ese desafío está en su escritura. Quiroga escribe la selva y piensa cómo escribirla. Teorizó acerca de la escritura y escribió el famoso Decálogo del perfecto cuentista.
Tuvo conciencia de que quería ser un escritor profesional y quiso vivir de lo que escribía. También se quejó de las ingratitudes del mundo editorial. Si hubiera tenido que vivir de sus libros se habría muerto de hambre.
Escribió para revista populares de su época: Caras y Caretas, la Novela Semanal, y también en los diarios La Nación y La Prensa.
Escritor e inventor: destiló naranjas, fabricó carbón, elaboró resinas , mosaicos de bleck y arena ferruginosa, construyó canoas, cosió su propia ropa y levantó con sus manos la casa de la selva. También construyó su propio mito, el del hombre que encuentra en la naturaleza la materia de su obra literaria.
Dato curioso: en 1919 se hizo cargo de la sección "Los estrenos cinematográficos" en la revista Caras y Caretas. Allí criticó los nuevos filmes y escribió sus reflexiones sobre el séptimo arte. En su cuento El espectro aparece la idea de que los actores muertos siguen viviendo cada vez que se proyecta una película.
Mucho más tarde, Woody Allen filma La rosa púrpura del Cairo con el mismo tema.