martes, 28 de diciembre de 2010

Exhumaciones: Haroldo Conti en Cuba tras las huellas de Hemigway

Ordenando mi biblioteca encuentro el n° 15, de julio de 1974, de la revista Crisis, dedicada en gran parte a la vida y la obra de Hemigway. El artículo más entrañable es el que escribe Haroldo Conti, en el que relata su viaje a Cuba tras las huelas de Mister Pa.
Faltan dos años para que Conti desaparezca en las garras de la dictadura militar. Ya ha publicado sus mejores libros y reconstruye la vida de Hemigway en Cuba como un escritor que busca cómo otro ha construido su universo literario a través de quienes lo conocieron.
Conversa con las personas que han pertenecido al entorno de Hemigway y que aun están vivas, como un empleado del hotel Ambos Mundos, en el que el escritor norteamericano vivía y escribía cuando estaba en Cuba, en la habitación 511.
El artículo está ilustrado con varias fotos. Hay una de la ventana abierta por la que se ve el panorama que el autor de “Los asesinos” divisaba desde su habitación del hotel. Entrevista a Marcelino Piñeiro, el jefe de ropería del hotel Ambos Mundos. El hombre habla de la naturaleza bondadosa de Pa, “que se hacía querer por todo el mundo”.
En ese hotel, Hemigway escribió “Adiós a las armas” y Marcelino lamenta no haber guardado alguno de los borradores que el escritor tiraba a la basura, puesto que escribía a mano sin corregir y luego pasaba los originales a máquina.
También Conti va a Cojímar en busca de Gregorio, el pescador que sirvió 27 años como patrón de El Pilar, el crucero de Hemigway.
Cojímar es un pueblo de pescadores y ahí está el lugar y los personajes que lo inspiraron para escribir “El viejo y el mar”.
Lo que emociona al leer esta nota son las reflexiones de Haroldo Conti, por ejemplo cuando se enfrenta con el busto del escritor hecho con las hélices fundidas de las embarcaciones: “Yo me pregunto qué sentirá el viejo realmente tanto tiempo y tanta historia y ese hombre con el que convivió 27 años ahora montado en una piedra sobre dos fechas y entre las dos un espacio pelado que corresponde a su vida”.
El recorrido continúa en Finca Vigía, al este de La Habana. La fastuosidad de la casa cubana de Hemigway incomoda a Conti, revela la opulencia de un escritor norteamericano que cobraba 15 mil dólares por un simple artículo. Al compararse, Conti, escritor de un país pobre que desvaloriza la cultura, reflexiona: “…nos queda el desvelado orgullo de nuestra inmensa y rebelde pobreza que en algún sentido ayuda a nuestra escritura pues nos mantiene junto al pueblo y nos aleja del privilegio”. Toda una poética de un escritor que siente que acompaña una revolución que nunca va a llegar, nótese que este texto aparece publicado en el mismo mes en que muere Perón y se desata la violencia de la derecha en la Argentina, aparece la Triple A y domina la sombra siniestra de López Rega.
Conti, que amó navegar y describió barcos en “Mascaró” y en otros textos, termina la nota con una alusión a El Pilar, el barco de Hemigway varado en el jardín de Finca Vigía desde que la casa se convirtió en museo. Dice: “Este es el barco que el viejo amó como a un hijo, condenado in memorian a vivir lejos del mar, a navegar nostálgicamente entre arecas y palmeras sobre el césped bien cortado, el último trofeo de aquel incansable cazador.”


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viernes, 10 de diciembre de 2010

Los escritores y el viaje (1)


Sarmiento viajaba para constatar sus puntos de vista: viaja en busca de reconocimientos y sus preocupaciones son utilitarias, busca modelos para aplicarlos en América. Es en Mansilla donde se verifica la búsqueda de lo estético. Es el viaje del gentleman que se justifica artísticamente al conectarse con el predominio de una élite. Europa es la culminación y el privilegio.

Mansilla en Europa fundamentalmente gasta, es el viaje consumidor: comida, ropas, palabras, en diversas lenguas.
De la acumulación al ocio, al privilegio, al gasto. La espectacularidad y el narcisismo.
En el seno de la oligarquía federal porteña, surgían contradicciones. Mansilla recuerda las palabras de su padre: “Cuando uno es sobrino de Rosas no lee el Contrato Social, si se ha de quedar en este país, o se va de el si quiere hacerlo con provecho”.

En sus múltiples viajes, Mansilla pasa del viaje del niño al viaje del gentleman.
En “Una excursión...”, sin embargo, Mansilla habla de otro viaje, un viaje al interior, al corazón de la pampa. Ya no es el “más allá”, Europa, es ese otro lugar donde Santiago Arcos, que vive en París, desearía comer una tortilla de avestruz. Igualmente el viaje a tierra adentro se cubre de exotismo, es una incursión al interior, porque viajar, para Mansilla es experimentar contrastes. Mansilla piensa que las clases dirigentes no conocen el país, no llegan a asumirlo como suyo “Yo he aprendido más de mi tierra yendo a los ranqueles que en diez años de despestañarme leyendo opúsculos, gacetillas y libros especiales...”

Con la solidificación del grupo social que dirige el país luego del 1880, el viaje europeo se institucionaliza: ni pioneros, ni precursores, ni aventureros, quienes lo celebran adoptan cada vez más el aire de oficiantes y el itinerario se convierte en ritual. Se viaja a Europa para santificarse allá y regresar consagrado. Se viaja para purgarse, para liberarse del país, de Buenos Aires o de la Argentina. Se va para volver. El cielo reside en Europa, pero la verificación de la sacralidad se realiza aquí. Mansilla cuenta su regreso, la cantidad de curiosos que lo miran desembarcar y lo siguen hasta que llega a su casa.
Los viajeros, en eso consiste el viaje estético, ven a Europa como una torre de marfil (entre el 80 y el 900 Europa se convierte en monopolio del modernismo)

Después del 900, conectado con la crisis del liberalismo señorial y de sus respuestas filosóficas, literarias y educacionales (positivismo, normalismo, modernismo) se pueden verificar otras variantes del viaje estético de los gentlemen-escritores y de los hijos del 80. La fiesta de la belle- epoque ha concluido. El heroísmo y la vuelta al campo contarán con mayores adeptos: la guerra del 14 y la estancia paterna facilitan la elección. El campo es el final y la antítesis del viaje estético. La pampa se convierte en lo esencial y puro frente a la corrompida contingencia de Europa. Los hijos del 80, espiritualista y apolíticos quieren purgar la glotona consumición de su clase. Ese es el regreso de Güiraldes. Regresa para purificarse. No sólo aparece en Güiraldes, también en Oliverio Girondo.
Como toda clase que hace de necesidad virtud, promueven el mito campesino: un telurismo teñido de religiosidad.
(Tomado de Viñas, David, Literatura y política, Buenos Aires Santiago Arcos Editor, 2005)

sábado, 13 de noviembre de 2010

A 160 años de la muerte de Robert Louis Stevenson


Reflexiones de Stevenson sobre la novela

Cualquiera puede escribir un cuento, un mal cuento, quiero decir, si tiene industria, y papel, y tiempo suficiente; pero no todos pueden esperar escribir una novela, ni siquiera mala. La extensión es la clave. Un novelista aceptado puede construir y derribar su novela; pasar días con ella en vano, y no escribir más de lo que tacha. Un principiante no. La naturaleza humana tiene ciertos derechos: un instinto, el de supervivencia, prohibe que nadie, sin verse animado y apoyado por la conciencia de victorias previas, pueda soportar las miserias de un esfuerzo literario baldío mas allá de periodos que se pueden medir en semanas. La esperanza necesita un suelo para arraigar. El principiante necesita una buena brisa, encontrar una veta afortunada; debe estar en una de esas horas en que las palabras vienen y las frases se equilibran solas, y eso para empezar. Y, habiendo empezado, ¡qué terror cada mirada hacia adelante hasta que el libro se acaba! ¡Cuánto tiempo debe seguir soplando esa brisa, siguiendo esa veta! ¡durante cuánto tiempo debe seguir al mando de esa misma calidad de estilo! ¡Durante cuánto tiempo debe mover sus marionetas, siempre vitales, consistentes, vigorosas! Recuerdo que, en esos tiempos, solía mirar todas las novelas de tres volúmenes con una cierta veneración, como una hazaña, si no literaria, al menos de resistencia física y moral, del coraje de un Ayax. (Stevenson)

jueves, 11 de noviembre de 2010

La historia del amor de Nicole Krauss


Esta es una novela que conmueve, que enhebra historias diversas a la manera de Paul Auster. “La historia del amor” es un laberinto de vidas que giran en torno a un libro escrito en tiempos de guerra.
Y también es la historia del viaje de regreso de ese libro a su dueño y de las múltiples escrituras que él propicia.
Entre las historias que se cuentan está la de Leo Gursky, un cerrajero polaco que ha huido de la persecución nazi en Polonia y ha recalado en New York. Es anciano y escribe mientras lamenta la pérdida de Alma, su amor de juventud, que ha emigrado a América y se ha casado con otro polaco que ha adoptado al hijo que llevaba en su vientre.
Es la historia de Isaac Moritz, el hijo que no conocerá a su padre, escritor famoso y la de Alma Singer, una adolescente que oficia de detective para encontrar las pistas que la lleven al origen del libro “La historia del amor”, comprado por su padre en Buenos Aires y que su madre ha recibido el encargo de traducir.
Es también, la el hermano menor de Alma, Bird, que junta dinero vendiendo limonada para viajar a Israel y convertirse en santo.
El Holocausto aparece como eco de esas vidas que se han reconstruido lejos de la propia tierra pero que ha determinado el desarraigo, la soledad, la incomunicación, el dolor. Historias despedazadas que, al rearmarse fuera del hogar van dejando vacíos como las piezas incompletas de un rompecabezas.
Y también es la historia de Zvi Litvinoff, otro judío polaco que, afincado en Chile, se apropia del libro que su amigo Leo Gursky le ha confiado antes de separarse.
Una novela que teje la historia circular de un libro que se pierde en la diáspora de la guerra y llega a través de complejos recorridos de regreso a su autor.
Nicole Krauss crea personajes complejos y entrañables a través de una novela hecha de escrituras de libros, de diarios, de memorias, de cartas. Una novela de esas que se leen con fascinación.

lunes, 4 de octubre de 2010

Notas de viaje. Córdoba


Piglia dice que en el fondo todos los relatos cuentan una investigación o cuentan un viaje. En este relato hay un viaje a Córdoba contratada por la Subsecretaría de Igualdad y Calidad Educativa del Ministerio de Educación para dar un curso sobre Literatura Juvenil capacitando a docentes en once ciudades de esa provincia en ocho días. Todo un rally que implicó subir y bajar de colectivos diversos y conocer lugares y gente impensada.
Entre los apuntes de mi viaje está una iglesia de color rosa confite salida de un cuento infantil en una pequeña ciudad, Villa El Totoral, recortada contra un cielo sin nubes en la calma de las tres de la tarde, la emoción de ver por la ventanilla del colectivo un cartel en el que se leía Barranca Yaco, el lugar donde los Reinafé mataron a Juan Facundo Quiroga y enterarme de que muy cerca pasaba el Camino Real que, en tiempos de la colonia, llevaba a carretas y diligencias al Alto Perú. Un docente que dijo haber leído “Doctor Tetric y doctor Morbis además de Pablo De Santis, unas empanadas riquísimas mientras afuera el cielo se desplomaba y yo temía que se cerraran los caminos y no pudiera regresar, un sinfín de arcoíris colgados entre las sierras de regreso por el Camino de las Altas Cumbres, un grupo de profesoras jóvenes de Bell Ville que contaban cómo leían textos interesantes con los alumnos, un viento terrible en Río Tercero que amenazaba con llevarse las chapas del local donde dictaba mi curso, muchas personas amables que me recibieron con afecto y que daban ganas de quedarse para compartir charlas y amistad. También una tarde de domingo por la feria de artesanos de Córdoba capital, entre músicas y confidencias.
De cada lugar me llevé un color, una sonrisa, una palabra de afecto. Córdoba es una provincia que hace mucho por la educación y eso se ve en todos lados.
Fue un recorrido geográfico y también literario, ciudades y libros fueron armando un itinerario de experiencias que fui acumulando en mi valija a medida que pasaba por Córdoba Capital, Cruz del Eje, Cosquín, Río Cuarto, Bell Ville, Río Primero, San Francisco, Morteros, Villa Dolores, Ría Tercero y Villa El Totoral.
Para todos los docentes que asistieron al curso mi agradecido recuerdo.

lunes, 30 de agosto de 2010

Literatura Juvenil: Libros “divertidos”

Pablo De Santis, en un reciente reportaje aparecido en la revista ADN a raíz de la publicación de su último libro, Los anticuarios, confiesa que sigue leyendo básicamente libros divertidos. Libros que potencian la imaginación, que entretienen, que dan felicidad. De eso se trata cuando el docente debe pensar un corpus de lecturas para sus alumnos.
Los chicos de la secundaria a los que suele endilgarse el mote de no lectores, son jóvenes que deben encontrarse con libros que los conmuevan, potencien su imaginación, les permitan construir su subjetividad, pensarse a sí mismos y pensar el mundo.
Uno de los caminos para lograr un hábito lector en los adolescentes lo proporciona la llamada Literatura Juvenil, ese género que ha alcanzado entidad propia a partir de la construcción de un público, el joven de 12 a 17 años y el surgimiento de autores especializados.
Si bien muchos de los textos que el mercado editorial propone al público juvenil están pensados para satisfacer demandas extraliterarias -abordan temas que suponen atender los intereses adolescentes, imitar su lenguaje, educar en valores- han surgido obras que proponen rupturas y una apuesta a lecturas más enriquecedoras.
Al margen de los libros que los jóvenes de todas las épocas se han apropiado y que no estaban originariamente destinados a ellos como Los viajes de Gulliver o El cazador oculto de Salinger por citar dos obras alejadas en el tiempo, hay en el mercado textos que permiten que los jóvenes consigan el hábito lector, formen un pensamiento crítico, mejoren su competencia comunicativa. Libros que huyen de la moralina y de la reproducción de la ideología de la sociedad dominante.
Libros “divertidos” que no renuncian a la calidad literaria y que se convierten en literatura de transición y no en literatura sustitutiva. Autores como Pablo De Santis, Ema Wolf, Marcelo Birmajer, Graciela Cabal, Silvia Schujer, Liliana Bodoc, María Tresa Andruetto, Ana María Shua, son algunos de los escritores que abordan el género con obras de auténtica calidad literaria.
Por otro lado está la literatura que consumen los jóvenes por fuera de la institución escolar, esa literatura que impone el mercado y que elimina al mediador ligado al mundo de la enseñanza , libros pensados para una sociedad globalizada construidos dentro de una lógica de marketing.
Estos libros, como la saga Crepúsculo de Meyer, producen mecanismos de seducción del público lector que ya fueron utilizados por las novelas de folletín del siglo XIX, como lo señala la especialista Gemma Lluch en su libro “Cómo analizamos relatos infantiles y juveniles”. Relatos de estructura abierta, que alimentan la añoranza de futuro, de nuevos libros, aparición de clones, proliferación de foros de Internet, creación de suspense a través de episodios que contienen información justa y la identificación del mundo narrado con el mundo del lector.
En las antípodas, Liliana Bodoc, una de las narradoras argentinas de relatos juveniles, sostiene en su artículo “Literatura juvenil sin incomodidad” que la LJ no debe ser divulgación literaria ni preparar a los jóvenes para la gran literatura, que no es precalentamiento sino pleno juego, aquella que como la adulta es capaz de producir una crisis en el lector.

viernes, 27 de agosto de 2010

Escrituras desde el encierro. Víctor Segovia, el minero chileno escribe y espera


En las profundidades de la mina chilena de San José, uno de los mineros, Víctor Segovia, escribe diariamente lo que va ocurriendo desde el día del derrumbe.
Registrar la vida en situaciones límite, cuando se está impedido de volver al mundo y a la libertad es un antídoto contra la desesperación, una manera de registrar lo vivido a través de la palabra escrita para que la experiencia sobreviva al tiempo. Escribir para dejar testimonio, para que esa vivencia extrema tenga un sentido, para sobrevivir a la claustrofobia.
Ana Frank, la chica judía que vivió casi dos años encerrada junto a su familia en el ático de la calle Prinsengrach en Ámsterdam inició su diario para tener un receptor amigo a quien confiarle sus sueños y problemas de adolescente, y terminó escribiendo uno de los testimonios más conmovedores de del Holocausto.
“El papel es más paciente que los hombres” anotó Ana en la entrada del sábado 20 de junio de 1942, cuando aún estaba en libertad y buscaba en las páginas del diario al amigo a amiga que pudiera leerlo y entenderla.
Víctor Segovia, cuando toma el papel y la lapicera para narrar la vida cotidiana de los 33 mineros encerrados, dibuja entre las sombras, las letras que devuelven a la experiencia su significación. Todo suceso, por pequeño que sea, amerita un relato. Somos seres narrativos por excelencia, nuestras vidas están tejidas con narraciones, con historias que nos contamos y nos cuentan. A partir de ellas dejamos huellas de nuestro estar en el mundo.
En la oscuridad del submarino ruso Kursk, hundido el 12 de agosto de 2000, refugiado en el compartimento 9 y sabiendo que ya no había remedio y morirían todos los tripulantes, el teniente Dimitri Kolesnikov de 27 años escribió apresuradamente una carta a Dora, su mujer, para registrar sus sentimientos frente a la muerte inminente: "Cuando llegue la hora de morir, pese a que intento no pensar en ello, querría haber tenido tiempo para decirte querida, te amo”. Y agrega "Escribo esta nota en la oscuridad". Luego envolvió el papel en un nylon para que no se mojara y perduraran sus palabras.
Toda escritura es siempre una forma de la libertad. Mientras escribe, Víctor Segovia acorta los días que lo devolverán a la luz.

lunes, 9 de agosto de 2010

Visita a la ESMA


En una reciente capacitación destinada a los docentes del Programa Jóvenes y Memoria de a Comisión Provincial por la Memoria, realizada en el ESPACIO PARA LA MEMORIA Y PARA LA PROMOCIÓN Y DEFENSA DE LOS DERECHOS HUMANOS- ex centro clandestino de detención y exterminio Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) - no s llevaron a los docentes a hacer una visita guiada por lo que fue uno de los centros clandestinos de detención de la última dictadura militar argentina más siniestros, e irracionales.
Los espacios de memoria tienen voces silenciosas que interpelan a quienes los visitan.
Pueden leerse miles de testimonios, ensayos, ver fotos, películas, pero la experiencia de caminar por los lugares donde la degradación del ser humano era moneda corriente, donde la vida no valía nada, cambia la perspectiva del visitante. Como muchos otros lugares donde los derechos humanos fueron violados por el poder de un estado represor y terrorista, quien entra por primera vez a la ESMA no sale de la misma manera. Hay algo en el interior de quien camina por los pasillos de la “capucha” o del sótano donde se torturaba insistentemente y sin lógica, que se quiebra. Saber que uno está mirando los lugares donde tres décadas atrás estuvieron los prisioneros esperando la muerte, inmóviles, engrillados, hambrientos, es una sensación indescriptible, un viaje hacia las tinieblas y también una manera de comprender que recordar es un imperativo de los docentes como tributo a las próximas generaciones.
Una guía explicaba cómo era la vida cotidiana en la denominada “capucha”. Se escuchaba el rumor de los trenes que pasaban cercanos. El mismo rumor que acompañaría a aquellos que estuvieron secuestrados. Por una ventana entraba la luz, pero en aquellos tiempos estaba tabicada. A través de la voz de la guía reconstruíamos el grupo de docentes los días de los prisioneros sumidos en la oscuridad. Un silencio espeso y opresivo nos inundaba.
A uno de los visitantes le sonó el teléfono celular y, en lugar de acallarlo se puso a hablar de banalidades a viva voz, paseándose con el teléfono en la oreja como si estuviera en una plaza o en la calle. Muchos intentamos acallarlo, pero el tipo seguía solucionando sus cuestiones personales rompiendo ese momento de constricción y recogimiento que todos experimentábamos. Cuando uno presencia comportamientos así en los docentes, pierde inevitablemente la fe.
Mientras la guía seguía explicando la mecánica del horror recordé que frente a la indiferencia de muchos siempre están las palabras. Y pensé en lo que escribió Jorge Semprún, sobreviviente del campo nazi de Buchenwald, al contar en su libro “La escritura o la vida” su experiencia concentracionaria :”Puede decirse todo de esta experiencia. Basta con pensarlo. Y con ponerse a ello. Con disponer del tiempo, sin duda, y del valor de un relato ilimitado, probablemente interminable, iluminado –acotado, también, por supuesto- por esta posibilidad de proseguir hasta el infinito.”

sábado, 24 de julio de 2010

Stefano de maría Teresa Andruetto


Esta novela cuenta el periplo de una existencia, de alguien que deja su patria, sus afectos y construye una vida en otra tierra. Una novela de aprendizaje en la que el personaje, Stefano va creciendo y, mientras lo hace, va construyendo su identidad.
A lo largo de la novela se confrontan dos mundos; el que se abandona -la madre y la patria, Italia, el hambre, el dolor de no encontrar futuro- y la nueva tierra en la que la comida es abundante así como también las posibilidades de crecer y de encontrarle un sentido a la existencia.
Hay dos narraciones que se intercalan y se complementan. La primera es lineal, y está contada por un narrador omnisciente. La historia comienza en el momento en que Stefano junto con Pino, Remo y Hugo dejan su tierra rumbo a Génova para tomar el barco que los llevará a la Argentina, y terminará en Rosario donde encuentra la completud cuando conoce el amor.
El comienzo es desgarrador, como toda historia en la que una madre se despide de su hijo que se va al otro lado del mundo. “Y ella preguntó: ¿Regresarás? Y él contestó: En diez años.”
La otra narración, en primera persona, asume la voz de Stefano y tiene una narratario, Ema, que el lector va descubriendo a medida que avanza el diálogo. Stefano rememora episodios de su vida. Son en esos pasajes en los que el relato adquiere mayor profundidad. Esa voz, la de Stefano que se confiesa: “Sará forse l’addio …para seguir viviendo. Porque para vivir, Ema, hay que aprender a dejar atrás el pasado.” Aquí no hay ningún orden cronológico, los recuerdos aparecen como aparecen en la mente, en forma discontinua, pero agregan y aclaran pasajes de la primera narración.
Dos mundos aparecen irreconciliables. Italia y América. Como otros relatos sobre la inmigración, el dolor del desarraigo se compensa con la búsqueda de una nueva vida, y es ahí en donde aparecen los personajes que ayudarán a Stefano a medrar en un territorio que le propone opciones: la comodidad en casa de Vittorio o el camino que se impone a partir de su encuentro con la tuba, su amistad con Moretti, y su decisión de irse con el circo.
Novela escrita a partir de distintos momentos en la vida de un personaje que se busca en las mujeres que despiertan sus deseos y sus miedos.
La figura de la madre aparece en escenas desgarradoras siempre alrededor de la carencia. Gina es la mujer que conoce en el viaje y la que despierta sus sueños eróticos. Lina la hija del dueño de la tierra donde empieza a trabajar le ofrece seguridad, pero Stefano siente que aún no ha concluido el viaje hacia su madurez y se marcha.
La historia de María Teresa Andruetto plantea cuestiones que tiene ver con el mundo de la adolescencia: la búsqueda de la propia identidad, la relación con la madre, la incertidumbre frente a decisiones profundas, el despertar del sexo, el deseo de ser amado.
Temas bastamente abordados por la novela juvenil, pero Andruetto escribe un texto polifónico, poético, que no hace concesiones, ni apela a golpeas bajos. Muy por el contrario, es una novela compleja, que apuesta a un lector entrenado. De esas obras que enriquecen, que propone múltiples significaciones y que aborda con soltura temas como el sexo y el desarraigo, tan poco comunes en los libros que se escriben para jóvenes.
"Otras veces pienso que el deseo de venir a América, mi madre, tu madre, el viaje a Montenievas y ese circo donde estuve, han existido solo para que te encontrara...
Y a veces pienso que todo lo que pienso, es la misma cosa
." Dice Stefano sobre el final de la novela.

domingo, 11 de julio de 2010

Una novela sobre Afganistan


Un libro que leí con pasión: Cometas en el cielo de Khaled Hosseini.
Esta novela cuenta a través de la historia de Amir, los sucesos de Pakistán de las últimas décadas, desde la invasión rusa, el triunfo talibán y la presencia norteamericana.
Después de haber leído esta novela uno siente que conoce Kabul o cualquiera de las regiones donde transcurre la acción, que siente el olor de la muerte, la devastación de las calles sin árboles por la guerra, los barrios aislados, el fusilamiento o la lapidación como moneda corriente, el miedo y la falta de cualquiera de los más mínimos derechos del hombre.
Afganistán es una tierra de permanente conflicto, un lugar donde el fundamentalismo religioso niega cualquier derecho a las mujeres y las obliga a la sumisión y la miseria, un lugar en donde hay cientos de niños huérfanos donde es muy difícil llegar a viejo.
Sin embargo, como en cualquier lugar, la posibilidad de ser digno y enmendar antiguas injusticias, es posible. Y ese es el destino del protagonista y narrador, Amir, que puede de grande compensar la traición a su amigo y siervo Hassan en la persona de uno de esos huérfanos que sobreviven en los orfanatos de Kabul.
Khaled Hosseini es un médico afgano que huyó de Afganistán cuando los talibanes tomaron las riendas del país y lo convirtieron en un lugar de infinita desdicha e intolerancia.
El título de la novela alude a una de las actividades fundamentales de los niños en el invierno de Kabul, volar cometas en una competencia que apasiona a los protagonistas y que los talibanes prohíben no bien llegan al poder.
Es sorprendente la capacidad que tiene este escritor para recrea escenas y paisajes, para plasmar personajes en pocos trazos. Leyendo esta novela uno se instala en esa tierra intensa y violenta gracias a una prosa ágil, llena de colorido, con precisas pinceladas costumbristas.
Así comienza este libro que recomiendo para todas las edades:

Me convertí en lo que hoy soy a los doce años. Era un frío y encapotado día de invierno de 1975. recuerdo el momento exacto: estaba agazapado detrás de una pared de adobe desmoronada, observando a hurtadillas el callejón próximo al riachuelo helado. De eso hace muchos años, pero con el tiempo he descubierto que lo que dicen del pasado, que es posible enterrarlo, no es cierto. Porque el pasado se abre paso a zarpazos.”
Hay una película, pero el libro es apasionante.

domingo, 20 de junio de 2010

Letras en tinta china


Mi viejo se levantaba muy temprano en aquellos inviernos impiadosos de mi infancia. Antes de que yo me fuera a la escuela ya estaba dibujando planos sobre el tablero en la oficina. Me gustaba su universo de lapiceras de pluma y ese papel rígido y transparente que usaba para trazar líneas y ángulos a escala.

De su tablero, salían casas, silos, galpones, ampliaciones de hogares que necesitaban crecer. Me gusta recordar sus dedos manchados de tinta china y su mano cuyo pulso era casi perfecto. Nunca vi a otra persona que dibujara letras con tanta perfección y tanta gracia. Ahora con la computadora cualquiera, pero mi viejo no usaba ni siquiera esas reglas que tienen las letras caladas. Su mano trazaba con firmeza las mejores letras del mundo.

Dibujante de planos y constructor. Levantó muchas casas mi viejo, dirigía las obras entre gruñidos porque no tenía un temperamento apacible, él era tormentoso y pasional, no tenía términos medios y su afán perfeccionista le traía alguna que otra trifulca con los albañiles que lo toleraban porque sabían que don Alonso era así, explosivo pero bueno, con una honestidad que había aprendido en un hogar donde la palabra empeñada era el único orgullo.

De una raza de hombres que ya casi no quedan, mi viejo. De esos tipos que pelearon contra viento y marea en una Argentina que no premia precisamente a los que se rompen el alma trabajando.

Cuando era adolescente me permitía que lo acompañara en sus recorridas por las obras que tenía en marcha. Me había enseñado a manejar y yo me sentía importante llevándolo en ese itinerario de las dos de la tarde cuando, a plena sol y después del asadito, los albañiles seguían levantando paredes.

Lo veía descender con las manos en los bolsillos de su pantalón de tela grafa. Del bolsillo trasero le asomaba el pañuelo manchado de tinta china y también alguna tenaza o una pinza. Subía a los andamios con destreza bajo el sol abrasador o la lluvia. Recuerdo el sonido de la mezcladora, el golpetear de los baldes contra el piso cuando bajaban pendiendo de una soga, las tablas de los andamios que se curvaban con el peso de los albañiles, las cucharas tirando la mezcla sobre los ladrillos, el mundo de la gente que levanta casas con esa vocación de hornero que tenemos los hombres.

La profesión de mi padre, vista ahora en la distancia me parece casi una enseñanza. El constructor hace una tarea que desafía al tiempo, que permanece en medio de la naturaleza, y que tiene que ver con el deseo gregario de armar un nido para refugiarse del viento, del frío, protegerse del calor, expandir la familia, gozar del cobijo de un techo.

Siempre me pregunté como el viejo aprendió a calcular cosas tan complicadas como silos, o edificios altos cuando no era ingeniero, apenas había ido a la universidad de Córdoba por un corto período, y cómo podía dibujar planos con tanta eficacia. Lo suyo era puro empeño autodidacta. Él pertenecía a una generación que abarcaba una especie de cultura general conseguida a fuerza de empeño e instinto de superación.

Le gustaban los desafíos a mi viejo. Imagino que no debe haber sido fácil para él mantener su profesión con las idas y venidas del país. Había dejado viejos sueños para dedicarse a cosas concretas y reales que le permitieran mantener a la familia. Tenía la certeza de que mientras sus manos permanecieran vigorosas siempre había un trabajo nuevo para hacer.

Vivía inmerso en un mundo donde se le iban desordenando los instrumentos. Su escritorio y otras partes de la casa se veían arrasadas por el huracán de sus herramientas de trabajo: la cinta métrica, el aparato para revelar planos que se ponía al sol, las tintas, los papeles, las escuadras y, entreverados entre los cálculos que para mí eran jeroglíficos, solían aparecer sus dibujos de palomas volando sobre cielos abiertos en las mañanas de su imaginación.

Por el andamio del recuerdo anda mi padre midiendo con su cinta métrica a la muerte. El cielo se le refleja en los ojos almendrados y aún silba bajito. Lo escucho a veces, cuando llueve y veo sus letras perfectas y sus dibujos a escala sobre los vidrios empañados.

sábado, 19 de junio de 2010

Viajando por mi biblioteca


Hay muchas formas de viajar. Se viaja a lugares lejanos en avión, colectivo o auto, y también a través de un libro. La literatura es una agencia de turismo de posibilidades insospechadas. Puede viajar a la Mancha o al Congo, a Macondo Yoknapatawpha, si es la hora de Cervantes, Conrad, García Márquez o Faulkner.
Uno de los viajes posibles es hacer un derrotero por la propia biblioteca, ordenándola o revisándola. Hoy me fui a caminar por los estantes de todas las que tengo en casa. La primera posta fue la vieja biblioteca de “La Nación”, con sus libros y mueble incluido, que data de 1909.
La historia de la Biblioteca de “La Nación se remonta a 1901 y el diario la anunciaba mediante un sistema de suscripción. Su surgimiento fue, como lo señalaba el diario antes de su lanzamiento, “una iniciativa alturista”. Con la adopción de las máquinas linotipo para la composición del diario, buena parte de los tipógrafos que quedaban sin trabajo lo recuperaban con esta colección de libros que se anunciaba como “Lectura al alcance de todos”. Esa accesibilidad la permitían los prólogos que aportaban claves de lectura.
La mayoría de los títulos que alberga la que hay en mi casa, todos editados en 1909, son en su mayoría textos de autores extranjeros, muchas novelas francesas hoy olvidadas, pero también se incluyen clásicos de todos los tiempos como “EL ingeniosos hidalgo don Quijote de la Mancha”, “La cabaña del tío Tom” de Harriet B. Stowe o “María” de Jorge Isaac.
Entre todos los libros que atesora ese mueble que venía incluido con la Biblioteca, hay una novela de Florence Warden, “La casa del pantano”, que leí en mi adolescencia y que revisité cuando escribí “Aventuras en borrador”.
La novela tenía todos los condimentos del género gótico: protagonista cándida, institutriz que se empleaba en una casa al borde de un pantano del que se levantaba una blanca y espesa niebla, dueño enigmático y de discurso escalofriante, mujer demacrada encerrada en la torre y sirvienta cómplice.
La planificación de los títulos de la Biblioteca de “La Nación” evidencia una superioridad de la literatura extranjera en detrimento de la nacional.
Entre las joyitas encuentro un ejemplar de Stella,(1905) firmada por César Duayen que no era otra que Emma de la Barra de de la Barra que firmó con identidad masculina respondiendo a la moral de la época. Fue un suceso editorial de 1905, que le hace decir al prologista: “César Duayen, en su misterio, tiene derecho a estar satisfecho y recibir con justicia el saludo de respeto y bienvenida que ha de dirigirle los cultores de las letras argentinas”
"El frenesí del público era tal - recuerda un librero - que devoraba con no igualada rapidez
hasta entonces, las pilas nutridas de ejemplares, hasta que un letrero adherido al escaparate
del afortunado editor, anunció triunfalmente: "Agotada la edición de mil ejemplares en tres
días." Stella se reeditó, firmada por César Duayen. Todos se preguntaban, por aquel entonces quién era ese escritor capaz de un éxito semejante. Se sospechaba de un periodista y folletinista, Julio Llanos, el segundo marido de Emma. Lo acosaban en su casa y Emma sonreía. Finalmente se develó el misterio el director de “El Diqrio” : "El autor de Stella", dice la nota, "una bella pesquisa literaria. El autor es una dama: la señora Emma de la Barra." Y así, De la Barra nace a la fama. Se venden nueve ediciones de mil ejemplares cada una en dos meses, es traducida al italiano con prólogo de Edmundo D´Amicis. Stella fue un hecho único en la literatura argentina de la época.
La novela revela la propia vida de Emma. La protagonista es una señorita de clase alta obligada a casarse con un señor muy acaudalado. En un pasaje de la obra, una amiga opina de ella: “A Stella no le han enseñado a pensar”. Stella tiene su contraparte en otro personaje femenino, Alejandra, quien dice: “Una persona del género femenino tiene derecho a saber algo más que Colón descubrió América, tocar piano, cantar, coser y bordar en seda china”.
Estas novelas las leían mis tías abuelas y luego mi hermana y yo en incontables tardes de adolescencia. Desde aquellas lejanas épocas, cada vez que vuelvo a revisar sus títulos, viajo un poco al siglo pasado. Los tomos encuadernados en tela de la biblioteca La Nación resisten al tiempo, como si recién hubieran salido de la imprenta.

domingo, 23 de mayo de 2010

El capote de Gogol, un cuento sobre el deseo


Dostoiesvky escribió refiriéndose a El capote de Nikolai Gogol (1809-1952): “Todos crecimos bajo el capote de Gogol”, destacando la importancia de este cuento canónico.
El cuento relata la historia de Akakiy Akakievich, un insignificante funcionario de un departamento ministerial del imperio zarista, cuya tarea era copiar documentos. Humillado por sus compañeros de oficina, su mundo se constreñía a esa tarea y a una vida llena de privaciones. Los hechos transcurren en San Peterburgo, a mediados del siglo XIX, y este dato es fundamental para entender el relato. El frío del invierno de esa ciudad es lo que da sentido a las penurias de este personaje, puesto que, el conflicto comienza cuando descubre que su antiguo capote, casi una bata, está tan roto que su sastre, Petrovich, ya no puede arreglarlo y debe encargar uno nuevo que le costará ochenta rublos. Con enormes privaciones conseguirá juntar el dinero para la nueva prenda..
Finalmente el capote estuvo terminado: “Por fin, Petrovich le trajo el capote. Esto sucedió..., es difícil precisar el día; pero de seguro que fue el más solemne en la vida de Akakiy Akakievich”, escribe Gogol.
Fascinado con su capote, acepta ir a una fiesta que organiza un superior. Será una ocasión para lucir el abrigo. Pero Akaiy Akakievich no disfruta de la reunión y decide volver a su casa. Hace frío y las calles están desoladas. Así describe Gogol la noche petersburguesa: “Pronto se extendieron ante él las calles desiertas, siendo notables de día por lo poco animadas y cuanto más de noche. Ahora parecían todavía mucho más silenciosas y solitarias. Escaseaban los faroles, ya que por lo visto se destinaba poco aceite para el alumbrado; a lo largo de la calle, en que se veían casas de madera y verjas, no había un alma. Tan sólo la nieve centelleaba tristemente en las calles, y las cabañas bajas, con sus postigos cerrados, parecían destacarse aún más sombrías y negras. Akakiy Akakievich se acercaba a un punto donde la calle desembocaba en una plaza muy grande, en la que apenas si se podían ver las cosas del otro extremo y daba la sensación de un inmenso y desolado desierto.
Y entonces unos hombres le roban el capote. La desesperación por la pérdida lo enferma y muere. El cuento no termina ahí, Akakiy reaparece por las calles de San Petersburgo como fantasma que se dedica a despojar de su abrigo a los viandantes en busca del que le robaron.
Este cuento puede leerse como una metáfora del deseo. El insignificante Akakiy logra apasionarse por algo, su vida en pos de un nuevo capote le devuelve el sentido. Como dice Elena Visso: “Hay quienes pueden reinventarse capotes por los que apasionarse en cada tramo de su vida, quienes renuevan su capote insistentemente, y sin haberlo previsto, dejan por herencia el puro afán de procurarse abrigos. Eso de lo incesante de la vida es el deseo, la herencia estructurante y mayor.”

La historia de humillados funcionarios atrapados por la telaraña de la burocracia, de vidas grises e insignificantes es un gran tema de la literatura. Personajes similares al inventado por Gogol encontramos en Bartleby, el escribiente de Melville, La metamorfosis de Kafka, El doble de Dostoievsky, La tregua de Mario Benedetti.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Feria Regional del Libro de Gaiman, Chubut

Entre el 13 y 16 de mayo se realizó como todos los años la Feria del Libro en esa pequeña ciudad tan hermosa y acogedora que es Gaiman, antigua colonia galesa, ubicada a 15 km de Trelew.
Allí se reunieron escritores y lectores. Entre los más destacados: Federico Jeanmaire, ganador del último premio Clarín de novela y Juan Sasturain, uno de nuestros grandes novelistas y conductor del programa sobre libros Ver para leer.
En ese marco di un curso destinado a docentes: El rol de la literatura juvenil en la escuela. Agradezco a todas las maestras y bibliotecarias que tuvieron la paciencia de escucharme. Y van unas fotitos:

domingo, 9 de mayo de 2010

Con El Eternauta en la Feria


¡Al fin pude sacarme una foto con El Eternauta! Después de tantos años viviendo sus aventuras con mis alumnos.


Fue en la Feria del Libro. Firmé libros en el stand de Comuniarte. Me encantó conocer a Miriam, una lectora de Morón que dijo seguir este blog y leer mis novelas. Los lectores siempre son algo impreciso e informe. Uno nunca sabe qué ocurre con sus textos, por dónde circulan. Estos encuentros con personajes y lectores son muy estimulantes.

jueves, 6 de mayo de 2010

La luz dorada de las tardes de los años cincuenta





Mi madre era modista. Una modista de barrio que cosía para las vecinas y la familia. Cosió con maestría y lentitud durante toda la vida. Había estudiado en la Instituto Argentino de Corte y Confección y se había recibido con medalla de oro. Las modistas de su época tuvieron que lidiar con una moda complicada: hombreras y bastillas, plisados y mangas abullonadas, tapados de verano y trajecitos sastre, blusas con infinitas puntillas y botones forrados.
Los dos últimos años de su vida, mi madre quedó postrada en una silla de ruedas. Tenía ochenta y nueve años y casi nada de lo que ella había sido perduraba en su cuerpo. Tenía los ojos vacíos, fijos en un punto indeterminado del mundo. Igual yo buscaba algo en ellos.
En esas tardes, en esas horas en que me sentaba frente a ella, intentaba contarle una historia. Las historias desafían a la muerte. Ella y Sherazade lo sabían.
Volvamos, le decía en voz baja, a cualquier tarde de los años cincuenta. Y entonces se escuchaba el ruido del pedal de la máquina Singer y ella volvía a coser la ropa de toda la casa. El otoño amarilleaba los árboles del patio y una luz dorada se filtraba por las ventanas. Sobre la mesa, la revista Chavela impresa en colores sepia, con las fotos de Olga Zubarry o Sully Moreno, ilustraban las portadas. De los modelos que exhibían sus páginas ella se inspiraba para coser trajecitos entallados en la cintura -sólo para cinturas de avispa- rigurosamente forrados con tafetas brillantes. Sacos que tenían hombreras que adosaba no sin dificultad y que después le probaba al maniquí, su compañía de todas las tardes. El maniquí era impenetrable personaje sin cabeza, un tanto pechugón, de espaldas derechas, forrado con un lienzo blanco al que mi madre le clavabas sin piedad los alfileres.
Con el maniquí no se podía hablar, pero era una compañía, acaso un confidente.
En la radio eléctrica empezaba el radioteatro de la tarde y, mientras ella cosía, viajaba al territorio de los amores desdichados a través de la voz de Oscar Casco y de Hilda Bernard, mientras la costura avanzaba en la máquina. Una modista genial, mi madre..
La máquina de coser y la radio eléctrica eran los dos elementos que presidían sus tardes. Primero la máquina era a pedal pero, más tarde, mi padre le adosó un motor eléctrico para que coser no fuera tan esforzado para unas piernas llenas de várices.
Aquellas tardes de mi madre cosiendo en la cocina tenían las voces de Lucía Marcó y Rafael Díaz Gallardo anunciando a Alfredo De Angelis, y también los de una familia, los Pérez García, que se presentaban así:
-Riing, riiing, hola..Si, amigos, esta es la casa de los Perez García.
Una radio era, en el espacio de esa cocina, el mundo que se colaba por las rendijas de un recinto cerrado. Entre puntada y puntada, las noticias de la caída de los presidentes, las encendidas declaraciones de amor de los radioteatros, las propagandas de jabones y de vinos, los tangos y boleros armaban una vida por fuera del silencio de la casa, una invasión que me dejaba al costado de la atención de mi madre. La radio era su territorio, un tren por el que ella se iba de las tareas habituales, que la ayudaba a bordear los intrincados caminos del sulfilado de los ruedos y de los plisados de las polleras. A veces cantaba entre dientes alguna canción de moda. Tenía una voz chiquita, tímida, que apenas se atrevía.
Esas cosas le contaba a mi madre cuando estábamos las dos en silencio. Había una anécdota maravillosa con la radio. Cuando mi madre era soltera y vivía en el campo se apasionaba con los radioteatros de Juan Carlos Chiappe: Chispazos de Tradición. Sus hermanas también se volvían locas por esas historias en capítulos diarios. La radio era un aparato enorme que presidía la cocina y que funcionaba a baterías. A la hora en que se emitía el programa todos tenían que estar en el campo cosechando, dándole de beber a las vacas, juntando las ovejas. La que se quedaba a cocinar era la única privilegiada que podía escuchar la radio. Pero la ansiedad por saber cómo seguían esas historias de gauchos insidiosos y amores forjados a lágrima suelta les impedían esperar al atardecer para interrogar a la que había escuchado el episodio y conocer el relato de los acontecimientos de esa tarde. Entonces habían inventado un sistema que casi siempre funcionaba. La hermana que se quedaba en la cocina anotaba en un papelito un resumen del capítulo y lo ataba al cuello de un perro que hacía de mensajero.
Cuando el perro llegaba, todos dejaban las tareas y deletreaban la caligrafía ripiosa y se conformaban con saber si la muchacha había descubierto quién era su madre, o si el guacho malo al fin se había muerto para tranquilidad de todos
Acaso lo único que le quedó en sus últimos días fue la luz dorada de aquellas tardes de otoño, un vago reflejo que a veces yo veía relumbrar en sus ojos apagados, un maniquí altivo en el rincón y su vieja máquina Singer que todavía la espera, con esa inocencia con que los objetos que nos pertenecieron nos siguen esperando, infinitamente.

miércoles, 28 de abril de 2010

Balzac y la joven costurera china


Dai Sijie, (China, 1954) es el autor de una deliciosa novela sobre la felicidad de leer.
Es la historia de dos jóvenes chinos hijos de intelectuales en los tiempos de la Revolución Cultural, enviados a una aldea en la Montaña del Cielo a hacer tareas de reeducación entre los campesinos para realizar las más duras tareas. Los jóvenes, el narrador y Luo son diestros en narrar historias, descubren que otro joven tiene una valija llena de libros de literatura occidental, considerada en esos tiempos subversiva. La novela gira en torno a la posesión de ese tesoro y a la relación que ambos entablan con una joven costurera que, contagiada por la pasión de la lectura se transforma ella también en una mujer con deseos de libertad. Toda la novela es una alabanza de la posibilidad que brinda la literatura para escapar de la opresión y sobrellevar las inclemencias de una vida casi infrahumana. También nos habla sobre el poder de transformación que la lectura opera en las mentes sencillas, complejizándolas. Después de leer las novelas de Balzac, la sastrecilla ya no será la misma ni se conformará con su destino humilde.
La historia se basa en circunstancias reales, puesto que su autor, hijo de un médico fue enviado a un centro de recuperación como el protagonista, entre los años 1971 y 1974. Actualmente vive en Francia.

jueves, 15 de abril de 2010

Historias de gitanos

"La Gitana Dormida".1897. Henri Rousseau
En Auschwich-Birkenau, me cuenta Eugenia Unger, sobreviviente del Holocausto, unas prisioneras gitanas que siempre le demostraban simpatía –ella era una adolescente- le hicieron un suéter con papeles que juntaban en el campo. Los retorcían y los tejían hasta darle la forma de un precario abrigo. Había que luchar contra el frío que helaba hasta los huesos en el interminable invierno polaco de 1942.
Los roma o gitanos estaban entre los grupos elegidos por razones raciales para ser perseguidos por el régimen nazi. Eugenia escuchó sus gritos desesperados y las balas que les dieron muerte una noche terrible en que los eliminaron a todos. Después vio refulgir las lenguas de fuego de los crematorios.
Mi abuela, en cambio, que era una inmigrante gallega, me hablaba de las maldiciones de las gitanas cuando llegaban a la aldea. Aparecían de pronto agitando sus faldas de colores ofreciendo adivinar la suerte. Un día pidieron comida y, como la madrastra de mi abuela se la negó, las gitanas miraron a los cerdos, les dijeron extrañas palabras y los animales empezaron a revolverse como poseídos por el diablo.
Decía mi abuela que, cuando ellas visitaban la casa, los gusanos salían de adentro del pan. Mi abuela traía de España un viejo prejuicio racial que la hacía atribuir a ese pueblo nómade por obligación, características maléficas.
Entre esas gitanas que tejen suertes de papel en el campo de concentración y las que evocaba mi abuela con prejuicio y miedo, se extiende el drama de un pueblo que sólo ha conocido la discriminación, el agravio y la marginación a lo largo de los siglos.
Federico García Lorca, en su Romancero gitano, asume una reivindicación de la figura del gitano. Sus versos desdeñan el pintoresquismo de sus ropas y sus bailes y también los tópicos malintencionados que los muestran como ladrones o malhechores. En cambio los eleva a la condición de mito, porque para el poeta granadino, los gitanos son los portadores de la historia, de la tradición. Escribe sobre ellos libre de prejuicios y exotismos. Así expresó su compromiso con las minorías:
«Yo siempre seré partidario de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega. Nosotros -me refiero a los hombres de significación intelectual y educados en el ambiente medio de las clases que podemos llamar acomodadas- estamos llamados al sacrificio. Aceptémoslo. En el mundo ya no luchan fuerzas humanas sino telúricas. A mí me ponen en una balanza el resultado de esta lucha: aquí tu dolor y tu sacrificio, y aquí la justicia para todos, aun con la angustia del tránsito hacia un futuro que se presiente, pero que se desconoce, y descargo el puño con toda mi fuerza en este último platillo». (Gibson, 1987, vol. II: 330-331).
Sobre las torres de canela de la ciudad de los gitanos del romance de Lorca (Romance de la guardia Civil), estarán las gitanas del campo de Birkenau tejiendo pulóveres de papel para una chica judía de trece años que siente frío y se abriga con las canciones nostálgicas de una raza que aún en el siglo XXI no ha alcanzado su total reivindicación.

sábado, 27 de marzo de 2010

Jóvenes y Memoria en Chaco



Se presentó el libro “Cartas de Cecilia” en el lanzamiento del programa Jóvenes y Memoria en la provincia de Chaco

Siempre es conmovedor asistir al comienzo de actividades que involucran a los jóvenes. Junto con dos alumnas, viajamos a presentar nuestro trabajo realizado en el marco del Programa Jóvenes y Memoria en 2009 con las escuelas Medias 2 y 4 de Bragado.
Fuimos invitados por la Comisión por la Memoria de Chaco que el 23 del corriente hizo el lanzamiento oficial de un programa similar al que hemos participado, en esa provincia.
Con las alumnas Leonor Rodríguez Pratt y Magdalena Gianzanti contamos ante una multitudinaria concurrencia de estudiantes de Resistencia y del interior de Chaco cómo realizamos nuestro proyecto en el Complejo Cultural Guido Miranda.
El acto, organizado conjuntamente por la Comisión Provincial de Chaco, y el área de la Juventud de la cartera de Desarrollo Social y Derechos Humanos y el Ministerio de Educación de esa provincia, contó con la presencia de Aldo Etchegoyen Obispo Emérito de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina y Copresidente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y vicepresidente de la Comisión Provincial por la Memoria de la provincia de Buenos Aires, la ministra de Desarrollo Social y Derechos Humanos Beatriz Bogado, la presidenta del Instituto de Cultura de la provincia Silvia Robles, la subsecretaria Norma Papinutti y el subsecretario de Coordinación Ejecutiva del Ministerio de Educación Cultura Ciencia y Tecnología Carlos Quiroz, el subsecretario de Derechos Humanos José Luis Valenzuela y el presidente de la Comisión Provincial por la Memoria Emilio Goya, responsable del área de Juventud del Ministerio de Desarrollo Social y Derechos Humanos.
El programa Jóvenes y Memoria propone a los jóvenes que investiguen y cuenten las historias locales del pasado reciente en torno al eje autoritarismo y democracia, de tal modo que sean los chicos los que se apropien de las experiencias del pasado. A partir de un tema de la historia de su comunidad los adolescentes exponen su investigación en un producto final: video, libro, programa de radio, página web, muestra fotográfica, etc.
De la provincia de Buenos Aires se presentaron dos trabajos realizados durante 2009: el libro “Cartas de Cecilia”, biografía de Cecilia Luján Idiart, una joven nacida en Bragado y desaparecida en La Plata en 1977 y el video “El 20 cuenta su historia” realizado por un grupo de estudiantes de la Escuela nº 25 de Isidro Casanova de la Matanza, que cuenta la historia del barrio 20 de junio de 1973 que iba a ser destinado a familias de militares pero que, en vísperas de la llegada de Perón al país, fue tomado por militantes de ERP y Montoneros y entregado a los vecinos que todavía viven allí.

Estuvimos en el Museo de la Memoria de Chaco que funciona en lo que fue la Brigada de Investigaciones y centro de concentración de detenidos y de torturas. La casa, hoy un lugar de memoria, guarda las marcas del horror del pasado pero también es un lugar donde jóvenes y militantes de derechos humanos generan actividades culturales y conmemorativas.

Sobrevuela, desde luego, el recuerdo permanente de la masacre de Margarita Belén, ocurrida muy cerca de Resistencia. Durante la noche del 12 al 13 de diciembre de 1976, en un paraje cercano a Margarita Belén, fueron fusilados 22 presos políticos a los que con anterioridad se había torturado salvajemente, casi todos militantes de la juventud Peronista. El operativo fue realizado conjuntamente por el Ejército Argentino y la Policía de Chaco y fue disfrazado, como era costumbre en esos tiempos, de un tiroteo ocurrido durante un intento de fuga de los prisioneros.
Esta masacre es una causa emblemática para Chaco, que aún hoy, no ha sido esclarecida, pero cuyo relato circula en las paredes, en los afiches y en los relatos de todos los chaqueños.

Este viaje, que hice con mis alumnas, nos permitió conocer otras historias, otras memorias, otras realidades. El Chaco tiene mucho para contar, del pasado reciente, de la exclusión social, de las comunidades originarias, de la lucha de sus militantes políticos.

Los jóvenes investigando el pasado son la mejor garantía de un país democrático. En la provincia de Buenos Aires está abierta la convocatoria para participar en el Programa Jóvenes y Memoria 2010. Ojalá muchos docentes de Bragado quieran sumarse a este trabajo que es un verdadero desafío educativo.
Todavía, en nuestra ciudad, hay muchas historias para investigar y contar.


jueves, 4 de marzo de 2010

Moby Dick y la magnanimidad del mar


He peleado con las más de 800 páginas de la obra de Herman Melville, como el capitán Ahab lo hace con la ballena blanca. No es un libro fácil de digerir, pero su lectura es deslumbrante. Melville construye un mundo a partir de un solo tema: la ballena. “Para producir un gran libro –nos dice- hay que elegir un gran tema. Nadie podrá escribir ninguna obra grande sobre las pulgas, aunque muchos lo hayan intentado”.
Esta novela, publicada en 1851, fue leída en su tiempo como una simple novela de aventuras. Pero es, desde luego, mucho más que eso. Es una novela que nos habla de la actividad de la caza de la ballena, de la soledad del mar, de los múltiples trabajos en la factoría, de las técnicas para manejar el arpón en el momento en que se está en el bote frente al cetáceo, del empecinamiento del hombre que le asigna a un elemento de la naturaleza la condición de mal absoluto. Es la historia de un hombre, el capitán Ahab, que va por los mares a bordo del Pequod con la sola intención de vengarse de Moby Dick, la ballena que le ha arrancado una pierna, contada por un sobreviviente de esa descomunal empresa, Ismael.
Pero para narrar este combate marítimo cuyo esquema abarca unas pocas líneas, Melville intenta contarlo todo: hace una descripción científica de la ballena, dedica capítulos a la cola, a la cabeza, a los tipos de cachalotes, a describir cómo luce el barco en el momento en que faenan al animal, qué se siente cuando se está en el bote, cómo son esos hombres que hacen largos viajes que duran tres o cuatro años para volver con los barriles repletos de esperma de ballena tan útiles para la vida de los hombres del siglo XIX.
Su proyecto es totalizador: “Como yo me he propuesto manejar a ese leviatán debo mostrarme omnisciente hasta en el menor detalle sin olvidar las microscópicas células de la sangre y hurgando hasta el último recodo de sus entrañas”.
Pero antes, en los primeros capítulos, el narrador Ismael juega un poco con los lectores, cuenta cómo es la ciudad desde donde sale el Pequod, Nantucket, donde “una brizna de hierba es un oasis, tres briznas (después de buscarla un día enero) una pradera”, y sus hombres, al caer la noche se dedican a descansar mientras “morsas y ballenas van y vienen por su almohada”.
También destina varios capítulos a presentar otro personaje apasionante, el que será su compañero: "Queequeg era un nativo de Rokovoko, una isla muy lejana situada en el sudoeste. No figura en ningún mapa: los lugares verdaderos nunca figuran en ellos".
Melville utiliza todos los recursos literarios conocidos en su tiempo: el relato autobiográfico, que por momentos se pierde y luego recupera, la descripción fantástica, que luego obtiene una rigurosa explicación (p. ej., las sombras vagamente humanas que se deslizaban hacia el "Pequod" en la brumosa mañana de la partida); las múltiples digresiones como el discurso del sacerdote sobre Jonás, la inclusión de narraciones independientes, digresiones eruditas o científicas, diálogos teatrales, la historia natural de la ballena y lo referente a su caza, el lenguaje coloquial.
El personaje central, pues es él el manomaníaco que seduce a toda la tripulación para que lo acompañen en esa lucha desaforada contra una única ballena a la que atribuye la condición de encarnación del mal absoluto, está trabajado con un refinamiento exquisito propio de un narrador magnífico. Nadie que haya transitado estas páginas deslumbrantes puede borrar la imagen de Ahab en la proa del Pequod, con la pata de hueso clavada en un agujero de la madera, esperando a la ballena bajo la “furtiva humedad de la noche que se le secaba con el sol de la mañana.”
Y ni hablar de las páginas destinadas a significar la blancura de la ballena y asociarla con el mal, esa misma operación que Sarmiento hace con el color rojo en las páginas del Facundo: “Era sobre todo la blancura de la ballena lo que me aterraba”, nos dice.
Moby Dick aparece en los últimos capítulos, cuando ya los lectores estamos desesperados y atiborrado de datos. Con esta dilación Melville nos comunica la experiencia monstruosa de Ahab frente a su propio delirio. Starbuck lo dice: “Debes reconocerlo, Moby Dick no te busca. Eres tú quien lo persigue”.

viernes, 26 de febrero de 2010

El Eternauta

El Eternauta y la nevada



El lunes 9 de julio de 2007 nevó sobre Buenos Aires, un hecho inusual en una ciudad en la que la última nevada había ocurrido en 1918. Y fue una nevada más extraña aún porque remitía a otra, terrible, mortal, que cae cada vez que comenzamos a leer El Eternauta, de H G Oesterheld
Ese fin de semana, en la Biblioteca Nacional se realizaba una muestra homenaje por los 50 años de la publicación del Eternauta y 30 años de la desaparición de su autor.
La Biblioteca Nacional se recortaba sobre el cielo plomizo de ese domingo 8 y, al subir la explanada para acceder a la muestra, tuve la sensación de que los gurbos y los cascarudos acechaban ocultos tras los muros y que tal vez nos cruzaríamos con algún Mano cantando la extraña canción de despedida del mundo.
Dentro de la muestra, había una historieta que contaba una nueva aventura de Juan Salvo en la Biblioteca Nacional. Uno podía leer esa aventura realizada especialmente por Juan Sasturain y Solano López –el mismo que la dibujó por primera vez- dentro de la Biblioteca Nacional traspasando esa estrecha frontera que media entre realidad y ficción.
De ahí en más, la muestra, distribuida en las plazas lindantes al edificio plagada de gigantografías de los personajes creados por el escritor desaparecido, los ejemplares de la Editorial Frontera expuestos, los originales incunables, y las obra de artistas como Gorriarena, Sábat, Marcia Schvartz entre otros nos introducían al mundo de Oesterhed completo, a disposición de cualquier lector fascinado por las historias que se desplegaban en la tarde de ese julio helado.
Cuando al día siguiente, de regreso a mi ciudad, vi caer los copos de nieve a través de la ventanilla del ómnibus, escribí en el celular un mensaje a mi hijo que me había acompañado el día anterior a la muestra: ”La nevada mortal”. “Si” contestó él. No hacían falta más palabras.
Todos los lectores de El Eternauta pensamos lo mismo. Al día siguiente lo mencionaron los diarios. Una nevada en Buenos Aires en el marco de la muestra de quien la imaginara invadida por los emisarios de los “Ellos”, era un mágico tributo de la naturaleza. La realidad suele estar construida con la materia de la ficción, con su leve sustancia.
Seguíamos viviendo dentro de “la mejor historia de aventuras que ha dado este país y el mito más perdurable que creó la narrativa argentina en la segunda mitad del siglo XX” –como señala Juan Sasturain que ha escrito largamente sobre ella.


El Eternauta en la escuela

Hace muchos años, allá por 1987 el Eternauta entró para siempre en mi vida. Llegó a mis manos un ejemplar “El Eternauta y otros cuentos” de Alberto Breccia editado por Nueva Frontera, de Madrid en 1979.
Así pude leer en forma completa la historia que conocía fragmentada. Tenía el recuerdo de la generación que me antecede, la que habían salido corriendo al kiosco todos los martes para comprar un ejemplar de Hora Cero, aquella primera dibujada por Solano López. Pero yo, por ese entonces -1957- tenía dos años.
La historieta como género siempre me pareció fascinante, y la historieta de aventuras más aún, leída casi clandestinamente de la pila de revistas que mi vecino de aquel entonces tenía guardada en un mueble de su cuarto. Por ese gusto personal, las incluí en mis programas de Literatura desde antes de que fueran canonizadas. No era bien vista por aquel entonces, una profesora que diera de leer historietas. En tiempos de la dictadura sonaba sospechosa.
La primera vez que abordé el género fue en 1980, con un trabajo que realizamos con los alumnos del viejo bachillerato. En el programa de Literatura Española empezábamos con el Poema de Mio Cid, y francamente, mis alumnos de aquel entonces (ya deben ser tan grandes) no lograban interesarse por un texto compuesto en el siglo XII. Así que se me ocurrió relacionar al héroe castellano con los héroes de historietas. El resultado fue una Historia de la Historieta realizada en diapositivas (oh, estoy hablando del siglo pasado, en tiempos en que las nuevas tecnologías no nos habían facilitado el acceso a las imágenes). El trabajo fue colectivo: los chicos sacaron fotografías de las revistas que encontraron, el guión se escribió con la ayuda de una revista Transformaciones del Centro Editor de América Latina dedicada a la historieta. Una vez que estuvieron las diapositivas armadas grabaron el guión en la radio local (tampoco había mp3, ni forma de bajar música) con una banda musical que trataba en lo posible de ilustrar las imágenes. Recuerdo que, al hablar de Flash Gordon iba la música de Queen, Flash's Theme, banda de la película estrenada ese año.
Después El Eternauta figuró en mis programas de la enseñanza secundaria. Como en la década de los ’90 la obra era inconseguible, en el colegio donde trabajo, en el que había un Centro Editor de pequeños libros con actividades para los alumnos hicimos una edición con la versión de Breccia.

En 1994 Sendra, el autor de Matías visitó el colegio para hablar de su labor de dibujante de historietas. Un día de 1995 invitamos a Juan Sasturain para que charlara con los alumnos sobre El Eternauta y le hicimos un reportaje en la Feria del libro de Bragado que se desarrollaba en ese momento.

Ahora en casi todas las bibliotecas de las escuelas está la hermosa edición del aniversario que distribuyó el Ministerio de Educación y la que editó Clarín con las historietas originales dibujadas por Solano López. Y El Eternauta ha ingresado como literatura sugerida en el diseño curricular de la nueva secundaria

Para quienes aman las aventuras, Oesterheld, el desaparecido, sigue y seguirá siendo el imprescindible referente de una mundo en el que valía la pena jugarse la vida para rescatar a la muchacha, inventar maneras para destruir temibles invasores, andar por el territorio de los muertos o acompañar al jubilado Luna en la torre cosmonave a la caza de cualquier misterio interplanetario.
Como Juan Salvo, Oesterheld no ha muerto, está en el continum 4, por fin a salvo de los Ellos, para seguir deslumbrándonos con sus aventuras que, a veces, terminan mal.

sábado, 20 de febrero de 2010

Horacio Quiroga, salvaje y escritor


Horacio Quiroga (Salto, 1878 - Buenos Aires, 1937) fundó la narrativa hispanoamericana contemporánea. Incorporó el paisaje americano a sus cuentos, esa selva misionera que tanto le impactó hasta el punto de romper con su vida de intelectual urbano. Desafió a la naturaleza que lo ponía a prueba constantemente, ese desafío está en su escritura. Quiroga escribe la selva y piensa cómo escribirla. Teorizó acerca de la escritura y escribió el famoso Decálogo del perfecto cuentista.
Tuvo conciencia de que quería ser un escritor profesional y quiso vivir de lo que escribía. También se quejó de las ingratitudes del mundo editorial. Si hubiera tenido que vivir de sus libros se habría muerto de hambre.
Escribió para revista populares de su época: Caras y Caretas, la Novela Semanal, y también en los diarios La Nación y La Prensa.
Escritor e inventor: destiló naranjas, fabricó carbón, elaboró resinas , mosaicos de bleck y arena ferruginosa, construyó canoas, cosió su propia ropa y levantó con sus manos la casa de la selva. También construyó su propio mito, el del hombre que encuentra en la naturaleza la materia de su obra literaria.
Dato curioso: en 1919 se hizo cargo de la sección "Los estrenos cinematográficos" en la revista Caras y Caretas. Allí criticó los nuevos filmes y escribió sus reflexiones sobre el séptimo arte. En su cuento El espectro aparece la idea de que los actores muertos siguen viviendo cada vez que se proyecta una película.
Mucho más tarde, Woody Allen filma La rosa púrpura del Cairo con el mismo tema.

viernes, 8 de enero de 2010

La casa de al lado


A los diez años iba todos los días a la casa de al lado. Mi madre me mandaba a veces con un pedazo de torta, otras con algún encargo para doña Francisca. Siempre había visitas, mujeres muy viejas que tomaban mate y se quedaban hasta el anochecer contando historias terroríficas. Las amigas de doña Francisca hablaban de muertos y enfermedades con un placer morboso mientras las sombras se iban comiendo las paredes. Las luces no se encendían hasta que se hacía completamente de noche para evitar a los mosquitos. Por la ventana abierta los grillos y las ranas –cuando había tormenta- acompañaban con su música esos relatos que iban inoculando el miedo en mis días de infancia.
En algunas ocasiones entraba por la puerta que tenía un llamador de bronce, pero la mayoría de las veces lo hacía saltando el tapial ayudándome con algunos ladrillos salientes que me servían de improvisada escalera. Por aquel entonces, principios de los sesenta, las chicas no usábamos pantalones. Mi madre me ponía unas polleritas tableadas que dejaban al descubierto las rodillas, casi siempre sucias y llenas de lastimaduras y raspones.
El tapial no era muy alto. Atravesarlo tenía el encanto adicional de encontrar, del otro lado, la panadería en ruinas. Porque la casa de doña Francisca tenía un extenso fondo en donde quedaban los últimos vestigios de una fábrica de pan que, a esa edad, yo lo concebía como un territorio casi mágico que mis lecturas de aquel entonces ayudaban a delinear. Semiderruido, los hornos y la antigua cuadra donde hacían el pan conformaban montañas de escombros cubiertas de hierbas. Subir por ellas me bastaba para imaginar otras geografías diferentes a la chata monotonía de mi pueblo.
Así que, cuando saltaba el tapial para llevarle un mensaje de mi madre a doña Francisca, yo me detenía un tiempo escalando las montañas y me quedaba largo tiempo mirando la calle San Martín o tomaba un vidrio, de los que estaban desperdigados entre los ladrillos, y lo levantaba hasta el sol inundando mis ojos de reflejos.
Había un sector que todavía se mantenía en pie. Era la parte de los hornos, un pequeño pasadizo ennegrecido por antiguos fuegos, una cueva que siempre me daba escalofríos porque dentro de ella reinaba la oscuridad y más lejos, junto a la medianera, una vieja carrocería de una estanciera se oxidaba sin ruedas ni vidrios pero aún conservando el volante.
Yo imaginaba, recorriendo ese fondo derruido que estaba en el centro de la aventura. Era una niña tímida y solitaria. A veces jugaba con alguna chica del barrio, con Malena, la que vivía en la esquina, pero la mayoría de las veces estaba sola leyendo o soñando con ser la protagonista de las novelas de Luisa May Alcott –Mujercitas y su saga- y solía sentir que el mundo era un lugar demasiado ancho y solitario y me quedaba grande por todos lados.
Sentada en la montaña de escombros, con el pedacito de vidrio en la mano, pensaba por aquel entonces, y esa sensación me vuelve de tanto en tanto- que había una lámina transparente entre las cosas y yo.
Después bajaba pelando las puntas de los zapatos de cuero con presilla para cumplir mi misión, pasaba por una puerta de madera que siempre estaba abierta y llegaba al patio de tierra apisonada en donde florecían algunos malvones mustios.