domingo, 30 de noviembre de 2008

Escríbeme al domicilio verde del verano

Escríbeme al domicilio verde del verano
por Izet Sarajlic


Escríbeme al domicilio verde del verano.
Que los besos que me envíes sean las últimas noticias
/ de la tarde.

Tengo la cabeza llena de algunos hermosos sonetos
y no hay quien me perdone ni deje de perdonarme.

Ayer escribieron otra vez sobre mi último libro.
Inventaron toda una fábula sobre las influencias.
La influencia más grande sobre mí la ejerció una graduada en
/literatura alemana. Pero lo callaron, pues ¿a quién puede importarle?

¿A quién le importa que tú seas para mí Honolulú, Madagascar y
/Méjico,
una historia que, columpiándome, recorrí a lo largo y a través?
Tu nombre no ha entrado en ningún diccionario, no figuras en ninguna enciclopedia,
ni en ningún "¿Quién es Quién?"

Pero para mí lo eres todo, como la cama, las lágrimas,
y la flor en el vaso para el soldado en el primer día de paz.
Tus ojos son mi única lectura en este día que pasa y se va.

(Traducción de Juan Octavio Prenz)
.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Jóvenes y memoria: recordar y participar

Acompañé a dos grupos de alumnos del nivel Polimodal del ex Colegio Nacional y de la Escuela Normal Superior de Bragado que pasaron tres días en el Complejo Turístico de Chapadmalal para dar cierre al programa Jóvenes y Memoria, recordamos para el futuro, impulsado por la Comisión Provincial por la Memoria.
Fue sin duda, una experiencia muy intensa puesto que el programa les propone a los estudiantes secundarios de todas las escuelas de la provincia trabajar sobre el eje “autoritarismo y democracia” y promover la reflexión sobre nuestro pasado reciente, sus consecuencias y sus vinculaciones con el presente.
Los ochocientos jóvenes que se encontraron en el Complejo asistieron a la exhibición de sus producciones realizadas durante todo el año asistidos por la Comisión en el cine del Hotel 8 y, además, participaron en talleres de radio, video, stencil, escritura y foros de discusión en los que se debatieron, entre otros temas, la baja de la edad de imputabilidad a menores.
Junto al mar, los alumnos se contaron experiencias, conocieron otras realidades, vislumbraron otros mundos y otras problemáticas.
Los videos que presentaron los chicos de Bragado fueron el resultado de un largo trabajo y ambos, de manera distinta, plantearon la cuestión de qué pasa con la memoria sobre la dictadura en nuestra comunidad.
“Un paradójico lugar”, realizado por los chicos de la Escuela Normal Superior reflexiona acerca del significado del Parque de la Memoria para los bragadenses. Para ello hicieron encuestas a los vecinos y a familiares de víctimas de la represión.
Los chicos del Colegio Nacional en “Pintadas”, decidieron investigar la estrecha vinculación entre iglesia y dictadura a partir de la experiencia que tuvo Bragado de albergar durante ocho años al cura genocida Christian Von Wernich. El video indaga puntualmente cómo fueron aquellos días en que el cura llegó a la ciudad, y cómo se organizó la Marcha del Silencio en 1988 para repudiarlo a partir de las marcas que quedaron en las paredes y que siguieron hablando a pesar del silencio.
A través de este trabajo, los jóvenes nos dieron a los adultos una lección de compromiso. Imágenes que cuentan una historia que todavía en Bragado nadie se ha abocado a dejar registrada para el futuro y que ahora queda documentada.
Si en otros tiempos nos resultaba difícil abordar estos temas en la escuela por indiferencia y falta de compromiso de muchos docentes, en esta oportunidad el apoyo oficial fue total desde la escuela, la Jefatura de Inspección y la Municipalidad de Bragado, instituciones que han valorando el trabajo.
Los docentes que sufrimos la dictadura sentimos la obligación y el deber de revisar con nuestros alumnos ese pasado para seguir construyendo la democracia. Y también es la obligación de las nuevas generaciones de docentes capacitarse para activar el proceso de construcción y transmisión de la memoria colectiva como forma de afianzar los valores en derechos humanos, las prácticas democráticas y el compromiso cívico crítico de sus alumnos.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Juan Bautista Alberdi: morir en París



Juan Bautista Alberdi fue el autor de “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”, fuente que inspiró a los Constituyentes de 1853 para sancionar nuestra Constitución Nacional. Aquí su testamento y el relato de sus últimos días. Para leer más ver “Juan Bautista Alberdi, el embajador de la soledad”, colección Protagonistas de la cultura argentina, Aguilar-La Nación, 2006, texto cuya investigación y redacción me pertenecen


Testamento de Alberdi de 1881
(…) Dejo todos mis libros de estudio, para base de una biblioteca pública, cuya fundación suplico iniciar en Tucumán a mi amigo y sobrino el doctor Luis Aráoz, obrando con el consejo de mi ilustre primo el obispo de Berisa, Doctor Don Miguel Moisés Aráoz.
Lego a don Manuel Alberdi, que se firma Alberdi, la propiedad de mis obras literarias ya publicadas que no estuvieren enajenadas y el derecho de reimprimirlas. (…)
Ruego a mis albaceas de París se sirvan entregar a Mademoiselle Angelina Daugé, de Saint-André de Fontenay, la suma de treinta mil francos que le debo por la hospitalidad que me dio en su casa durante tantos de mis años de escasez, y a su sobrina Angelina Margarita (hoy Madame Saudron), la cantidad de diez mil francos por su servicio de carácter doméstico en que por años ayudó a su tía, a servirme en su casa.
Deseo que mis albaceas de París y Londres no dejen venir a América, ninguna parte de mis trabajos literarios inéditos y manuscritos, ni permitan que ni allá ni aquí, se publiquen tales como están, pues son simples materiales para componer libros, bien que libros ya compuestos. Me refiero sobre todo a los que llenan un cofre, cubierto de fierro, que me tiene en depósito mi amigo Don Manuel del Carril, con otros baúles, conteniendo parte de los papeles y cartas de que escribo y aquí hago referencia.
Juan Bautista Alberdi, 13 de junio de 1881

Moriré en París

Se despidió de sus amigos y supo, como se saben ciertas cosas irreversibles- que no volvería a la patria.
Una lenta depresión lo fue ganando en el viaje y, al cruzar frente a la costa de Senegal, tuvo un ataque que le inmovilizó un pie y la mano derecha.
Llegó a Burdeos casi sin poder caminar y allí fue auxiliado por Petrona Lamarca. Convaleció un tiempo hasta que pudo llegar a París. Allí se reencontró con sus viejos amigos pero su salud paulatinamente fue empeorando. Rehizo un antiguo testamento y debió renunciar al cargo de comisario de inmigración con el que, el gobierno de Buenos Aires, intentaba paliar sus estrecheces económicas.
El deliro acosó sus últimos días. Las imágenes fantasmales de su vida lo asaltaban y, ya envuelto en vértigo y en sombras, sus amigos -entre los que se contaban los del Carril- decidieron internarlo en un sanatorio en Neully, un suburbio de París, a fines de mayo.
Murió el 19 de junio de 1884, sin recuperar la conciencia. El presidente Roca, al conocer su delicado estado de salud, pidió al Congreso que se le acordara una pensión de 400 pesos que aliviara sus precarias condiciones de subsistencia. El Senado aprobó el proyecto. Pero la comunicación llegó tarde y Alberdi no alcanzó a conocerlo.
Angelina Daugé, que no pudo asistirlo en la última etapa de su enfermedad, llegó a París justo para ver su cadáver en una pobrísima cama. Angelina lo sintetizó así: “¡He ahí la casa de primer orden donde le habían instalado y los extremos a que fue reducido el hombre que en vida fue tan grande y tan bueno para todos!” A veces la oscuridad es la última imagen que se lleva un hombre de entendimiento luminoso.

viernes, 7 de noviembre de 2008

El tesoro de la juventud: ¿Un cuento de niños?

Un amigo lejano me cuenta en un mail que le han regalado la colección completa del Tesoro de la juventud. En mi biblioteca los tomos destartalados de la edición de 1920 todavía mantienen su encanto y alimentan mi fantasía.
Imagino a mi amigo mirando las mismas láminas que yo -de tanto en tanto- repaso cuando, al pasar por el comedor penumbroso, me tienta el estante al lado de la chimenea que alberga la enciclopedia. Desconozco el origen de la de mi amigo. Me ha dicho que se la han regalado. La mía viene viajando en el tiempo, de la casa colonial de mis tías abuelas -que la habrán comprado a algún vendedor de libros de esos que recorrían los pueblos allá por el veintipico, o tal vez en Buenos Aires en alguno de sus viajes- hasta llegar a las manos de mi padre, que la debe haber recorrido en su infancia con el mismo placer que lo hice yo cuando la rescaté de un cuarto de tratos viejos, un poco masticada por las lauchas en algunos extremos, pero con las páginas de láminas brillantes intactas.
Su título alude conceptualmente a los bienes del espíritu, a la riqueza del saber humano y a los destinatarios principales de tanto saber acopiado: “El tesoro de la juventud, enciclopedia de conocimientos”. En ella puede encontrarse un poco de todo: el sabor encantado de las narraciones populares, las maravillas del mundo, los adelantos de la ciencia, biografías de famosos hombres y mujeres, interrogantes contestados con intención científica, lecciones de francés e inglés, poesías, costumbres exóticas. La enciclopedia, dividida en secciones, exhibe títulos como “Cosas que debemos saber”, “Historias de libros célebres”, “Juegos y pasatiempos”, entre otros.
Traducida del inglés, fue publicada en España en 1920 por Walter Jackson y distribuida en las capitales más importantes de América con artículos escritos por autores locales. El consultor, compilador y autor de la parte argentina es Estanislao Zevallos, el vocero ideológico de la Campaña al Desierto efectuada por el General Roca, hombre empapado de la idea civilizadora propia de la generación del 80 y que, a juzgar por el prólogo que firma en el Tomo I, conocía tanto a los niños argentinos como a los cafres africanos fotografiados en algunas secciones.
Con su idílica visión de la niñez, Zeballos escribe: “El clima benigno, la facilidad para gozar de la vida al aire libre, la alimentación sana y abundante, las facilidades generales de la lucha, y, probablemente, ciertas influencias termoeléctricas de la tierra aún no bien determinadas, influyeron en la hermosa salud y en el vigoroso desarrollo físico-psíquico de los niños sudamericanos”. Y advierte en el prólogo que la enciclopedia “es una obra civilizadora, pues los hijos de los hogares pobres, expuestos a los peligros de las calles y de los campos, y de la vida vagabunda hallarán en esta lectura reconstituyente un motivo de permanencia en el hogar”
Miguel de Unamuno que, como otros prestigiosos intelectuales de la época -Alberto Edwards, José Enrique Rodó y Adolfo Holmberg- creía que, “hablar con los grandes que fueron es mejor que con los pequeños que son” y justifica la publicación de la enciclopedia a través del incentivo de la imaginación que proporcionan las historias de aventuras. Para él el alimento de la inteligencia debía servir de aliciente y excitación para la fantasía.
Zevallos afirma en alguno de los tomos que “los niños argentinos se distinguen por la precocidad con que aprenden, saben más de historia de Estados Unidos que los propios norteamericanos y que cantan con igual solvencia el Himno Nacional que el Sata Spangled Banner y el Hall Columbia, porque los niños argentinos son bellos y robustos, y predominan entre ellos los rubios y trigueños.”
No obstante la belleza de la páginas de la enciclopedia, de sus láminas aún maravillosas y la diversidad temática, los jóvenes que abrevaron en este compendio del saber, fueron mamando un sutil racismo. En la sección, Los tesoros ocultos de la Tierra, por ejemplo, bajo una foto del aduar donde vivían los mineros negros africanos, puede leerse este epígrafe de neto corte colonialista: “Muchos son los millares de cafres empleados en la minas de oro del Sur de África, y si se tiene cuidado con ellos llegan a salir buenos trabajadores”. Mucho más explícito es el texto de Zeballos en donde explica, en un artículo sobre la Argentina, que “Las tropas pertenecientes al ejército de este país, están formadas por gente blanca y rubia, pues la mezcla con la inmigración ha hecho desaparecer al negro y a las razas inferiores.”
Contrastando las buenas intenciones de los colaboradores –redactar un texto destinado a los niños que no tenían acceso a la educación sistematizada- la segregación racial es una constante, digamos subliminal, en la enciclopedia. En el Libro del porqué se responde de esta manera a la pregunta ¿son necesarias las guerras?: “Hubo guerras que sostuvieron los pueblos civilizados, cuyo número crecía, sin cesar, rápidamente, contra los salvajes. Todas las civilizaciones se han extendido de este modo. Parece que, dado el modo como el mundo está hecho, estas guerras fueron en la antigüedad necesarias, como es necesaria la muerte.”
Más allá de estos conceptos, de las páginas de El tesoro de la juventud saltan para nuestro deleite Alicia la del País de las maravillas, la Cenicienta, Guillermo Tell, Robinson Crusoe, el varón de Múnchausen, califas, princesas, pastores de ovejas y magos. Pura maravilla que mi amigo el que vive tan lejos junto a un mar del fin del mundo y yo, en la llanura pampeana, disfrutamos en tiempos distintos, en casas distintas, en provincias diferentes. Pero sin embargo, esas páginas, las mismas, y también diferentes, nos reúnen en nuestro común país de las palabras. Un lugar en el que los relojes, y las distancias pierden sentido. Un lugar donde los dos podemos jugar a buscar al conejo blanco, a conversar con los liliputienses o a departir con la fauna de los océanos. De esas cosas hablamos, a veces, cuando tenemos ganas de ser niños otra vez.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Casas para leer

Mi amiga Adriana me recita unos versos que trae de su infancia.

Feliz aquél que vive en mansión heredada
con fontanares y árboles al pie de una colina
y del otoño lánguido en la tarde nublada
ver rodar por los campos la lluvia y la neblina

Me dice, para la gente que anda cambiando de casa todo el tiempo, vivir siempre en el mismo lugar debe ser una felicidad. También un aburrimiento, un deseo inmenso de salir al mundo para vivir aventuras, le contesto. Para eso, por suerte, están los libros. Cuando vivimos en la misma casa en que nacimos leer novelas y escribirlas nos incitan a la aventura. Porque la aventura es, ya se sabe, la esencia misma de la ficción y ocurre cuando el azar o el destino se entromete en la vida diaria y produce cambios substanciales. Toda narración avanza cuando se pasa de una situación de equilibrio a una complicación que generará la acción. Puede ocurrir en un mundo parecido al nuestro –parecido- no igual, porque es otro mundo, uno paralelo en el que los personajes están siempre en tensión. Estos personajes, que pueden ser niños o jóvenes -no necesariamente- o alguien que necesita crecer, pasar una frontera y de ahí iniciar un viaje -no importa cuán lejos-, si deberá saltar de un continente a otro o andar por los caminos vecinales de su pueblo. Es ahí, en el camino, en el viaje, donde aparece el miedo a lo desconocido, el miedo a no saber cuál será el resultado de la acción: es decir, la incertidumbre. Si algo enseña la novela de aventuras es a comprender el rol de la incertidumbre en la vida, que doblemente paraliza e incita a la acción.