domingo, 31 de agosto de 2008

Escribir una novela

La escritura de una novela es una empresa que requiere de muchas horas, dedicación y constancia. Alguien dijo que escribir una novela era sumarse un problema más a los que de por sí ya tiene la vida, y otro escribió, "¿Para qué‚ escribir una novela si se puede conseguir quizá una mejor por unos pocos pesos?". Sin embargo, a pesar de que planear un trabajo de largo aliento como es una novela es una complicación para un escritor que, sin lugar a dudas, sabe que no va a vivir de su venta, sigue habiendo locos que emprenden ese cometido. Es que quienes escriben no lo hacen por ninguna de las razones que habitualmente se piensa: para alcanzar fama, dinero, prestigio, para verse en letras de molde. García Márquez dice que escribe para que sus amigos lo quieran, Stendhal tenia el propósito de seducir con su escritura a una mujer hermosa. Es que siempre uno escribe para alguien, para ese lector sin rostro, o para uno secreto y privilegiado, porque como decía Maurice Blanchot: "Qué es un libro que no se lee?" Y se respondía: "Algo que todavía no está escrito."
Escuchemos a Robert Louis Stevenson: "Cualquiera puede escribir un cuento, un mal cuento, quiero decir, si tiene industria, y papel, y tiempo suficiente; pero no todos pueden esperar escribir una novela, ni siquiera mala. La extensión es la clave. Un novelista aceptado puede construir y derribar su novela; pasar días con ella en vano, y no escribir más de lo que tacha. Un principiante no. La naturaleza humana tiene ciertos derechos: un instinto, el de supervivencia, prohibe que nadie, sin verse animado y apoyado por la conciencia de victorias previas, pueda soportar las miserias de un esfuerzo literario baldío mas allá de periodos que se pueden medir en semanas. La esperanza necesita un suelo para arraigar. El principiante necesita una buena brisa, encontrar una veta afortunada; debe estar en una de esas horas en que las palabras vienen y las frases se equilibran solas, y eso para empezar. Y, habiendo empezado, ¡qué terror cada mirada hacia adelante hasta que el libro se acaba! ¡Cuánto tiempo debe seguir soplando esa brisa, siguiendo esa veta! ¡durante cuánto tiempo debe seguir al mando de esa misma calidad de estilo! ¡Durante cuánto tiempo debe mover sus marionetas, siempre vitales, consistentes, vigorosas! Recuerdo que, en esos tiempos, solía mirar todas las novelas de tres volúmenes con una cierta veneración, como una hazaña, si no literaria, al menos de resistencia física y moral, del coraje de un Ayax".

sábado, 16 de agosto de 2008

TEJIDOS

Ilustración de Norah Borges,
para el cuento "Casa tomada"
(Anales de Buenos Aires, nº 11)
Algunos inviernos traen la moda del tejido. Sobre todo en tiempos de crisis las mujeres vuelven a las agujas y a las lanas no sólo para aliviar la deprimida economía de sus hogares, sino para reeditar un ritual que se remonta mucho más lejos que la época de las abuelas que tejían escuchando el radioteatro.
En La Odisea aparece ya la idea del tejido asociado a la espera. Penélope teje el sudario de Laertes, que no ha muerto aún, esperando el regreso de su amado Ulises. Tejido que sirve como entretenimiento de la espera pero también como artilugio para acallar el apremio de los Pretendientes que quieren ocupar el lugar del viajero errante.
El tejido se asocia inevitablemente a la trama del texto. ¿Qué es un texto sino un entramado de palabras que inventan un mundo con sus personajes, sus acciones, sus voces y silencios? La tejedora en lugar de palabras va uniendo lanas, armando una trama en la que se van colgando sus pensamientos, las voces del mundo que le llegan mientras avanza en su tejido y el tiempo, que se va colando entre un punto para arriba y otro para abajo.
Tejer es, de algún modo armar el orden del tiempo. Lo sabía Aracne, esa joven tan hábil en el arte del tejido que desafía a la misma Palas Atenea a hacer un tapiz. La diosa representa en la trama de su tejido a los dioses en todo su esplendor mientras Aracne prefiere ilustrar con sus hilos los romances que ha vivido. Le sale mal, no el tapiz, sino el desafío. Atenea, furiosa frente a la belleza de la obra de la muchacha, tira de los hilos y la deja atrapada en su propia trama que convierte en telaraña y a la misma Aracne en araña. Las diosas son así de irascibles y envidiosas. Velázquez, el pintor sevillano, inmortalizó esta contienda en su célebre pintura Las hilanderas. En ella hay un gato a los pies de Aracne jugando con las lanas mientras que la luz se enreda en el tiempo del tejido y del mito.
A medida que el tejido avanza, la tejedora deja en la trama de su tela las impresiones de su paso por el mundo. Mientras ella teje, la vida corre. Hasta el paso del cometa Haley ha quedado registrado entre los hilos multicolores del famoso tapiz de Bayeux. Allá por 1066 Matilde de Flandes, esposa de Guillermo el Conquistador -u otras tejedoras, en esto no se ponen de acuerdo los historiadores- se dedica a contar con agujas y paciencia los acontecimientos referentes a la invasión normanda de Inglaterra.
Mucho más cerca, Irene, el personaje de Casa Tomada de Cortázar, teje para llenar el vacío de su vida, teje por tejer, mañanitas y tricotas que guarda en un cajón sin utilidad alguna. Teje el tiempo de su abulia y, acaso, de su desdicha. Y sólo al final, cuando está todo perdido, suelta el tejido cuando se da cuenta de que los ovillos han quedado del otro lado.
Con infinita paciencia, otra tejedora célebre, doña Paula Albarracín, teje en su telar bajo la higuera sanjuanina mientras, muy cerca de ella, su hijo Domingo Faustino lee preparándose para ser presidente. Paradójicamente, cuando lo logre, propiciará la importación de tejidos de Inglaterra que opacarán las artesanías de su madre.
El tejido es un arte milenario. Tiene que ver con la noche, el fuego y el tiempo. El placer de tejer, como otros de la vida, se va enlazando en la trama de los textos.

domingo, 10 de agosto de 2008

La poesía de Héctor Cattolica

Lentamente, Héctor Cattolica va apareciendo a través de su obra. Una obra dispersa, casi inhallable. Sus dibujos están humedeciéndose en una peniche en el Sena y, todavía, nadie puede decirnos cómo encontrarla. Si bien fue por sobre todas las cosas un artista gráfico, también se interesó por la poesía y, hasta donde conocemos, publicó un solo libro: A falta de otra cosa.
No hace mucho encontré en el Google una oferta de este ejemplar en Mercado Libre. Se lo comuniqué a Mariano Gerbino que proyecta una película sobre Cattolica y él lo compró inmediatamente. Es un volumen dedicado por el autor a Fanny Gorostizaga y a Rómulo, acaso amigos de Buenos Aires. El libro fue editado en 1960 y la dedicatoria está fechada el 30 de agosto de 1961. En ese año Héctor estaba viajando por Europa, había visitado el pueblo de su padre y había vivido un año en el país vasco. Recién regresará a la Argentina en 1969 cuando ya se había instalado en París y había participado de la revuelta del mayo francés.
Leerlo después de haber escrito su biografía en Cattolica pero anarquisto, un artista gráfico en París ha sido para mí muy emocionante. Rastrear su obra fue una empresa compleja y me hace pensar que ese libro que publiqué en 2007 no se ha cerrado aún. Que Héctor Cattolica recién ahora, después de mi investigación, va dejando escuchar su voz.
Aquí va uno de los poemas que integran el libro.

MI PADRE ALBAÑIL
Por Héctor Cattolica

Estoy lejos. Mi padre vive tal vez
con sus arrugas, su trabajo
que adelgaza la cal en el muro
la cara de mi madre y el mantel blanco
cuando era niño
en la humedad de los cimientos
junto a los ladrillos ordenados.

Ya nadie vendrá a buscarme:
el tiempo ha crecido a expensas de mi cuerpo
mi juventud se registra en las canas de mi padre
le duele en la cintura.

Yo quisiera, hermano pájaro,
decirte que él es italiano y estoy lejos
que emigró hace cuarenta años de sus padres y
yo soy su hijo y tú eres pájaro y eres albañil
como mi padre.

El no tiene nuestra vida.
el levanta cuatro paredes y se duerme
porque nadie vendrá a buscarlo
para andar otra vez por la nieve, bajo el sol, hasta su tierra.

miércoles, 6 de agosto de 2008

La casa del silencio

Voy a comentar una novela que terminé de leer el último verano pero que hoy volví a recordar al revisar mis notas sobre los libros que leo. Es una buena costumbre hacer una breve anotación para que, al cabo del tiempo, recordar todo lo que uno leyó.
La novela en cuestión es La casa del silencio de Orhan Pamuk, relato extraño que transcurre en la lejana Turquía pero que, a medida que uno se va adentrando en sus páginas, comienza a descubrir que la sociedad que pinta es demasiado parecida a la nuestra, aún en sus rasgos fundamentalistas.
Hay un personaje que es extraordinario: Fatma, una vieja que recuerda a pesar de sí misma. Otro es Recep, un enano, su criado, que dice: “…el hombre no debe sentir miedo mientras desde algún rincón se filtre aunque sea un poco de luz y el mundo no esté en las tinieblas.”
La novela cuenta la vida cotidiana de una familia turca, una abuela –Fatma- y sus nietos: Faruk, Metin y Nolgum y el criado Recep, en los años 80.
Se cierra con la voz de la anciana que recupera un recuerdo de la infancia. Ha ido a jugar a la casa de unas amigas y, cuando la madre la va a buscar para regresar a su casa, llora desconsoladamente. Pide llevarse un libro que le han leído. Es el Robinson de Defoe. Y entonces, compara a la vida con la lectura. No se puede volver a vivir pero “si tienes un libro entre las manos, por confuso e incomprensible que sea, cuando lo terminas puedes, si quieres, leerlo otra vez y comprender lo incomprensible, para comprender la vida”.

sábado, 2 de agosto de 2008

El mundo de Kafka


La ciudad de Praga en la que nació Kafka pertenecía por ese entonces, en 1883 al Imperio Austro Húngaro. Los Kafka eran una familia de clase media regida por el padre, un comerciante que influyó tanto en Franz que en su obra puede rastrearse el agobio causado por figura dominante. Ya veremos cómo el escritor dejó plasmados sus sentimientos de inferioridad y rechazo paterno en su Carta al padre.
Kafka estudió derecho en la Universidad de Praga y trabajó en una compañía de seguros hasta que enfermó de tuberculosis. Este trabajo, tan ajeno a su vocación literaria le permitió describir a la burocracia como uno de los aparatos fundamentales en el proceso de destrucción del individuo y de mecanización de la sociedad.
Su enfermedad, incurable por ese entonces, lo obligó a reponerse primero junto al lago de Garda y después en Merano, hasta que en 1920 tuvo que internarse en el sanatorio de Kierling, cerca de Viena, donde murió el 3 de junio de 1924.
Nunca se casó aunque estuvo comprometido dos veces, Su relación con Felice Bauer, una joven alemana con la que se relacionó entre 1912 y 1917 quedó plasmada en su libro, Cartas a Felice (1967).
Su amigo Max Brod contravino el testamento de Kafka que determinaba que sus manuscritos inéditos fuesen destruidos a su muerte. Brod los publicó póstumamente. Entre esas obras se encuentran las tres novelas por las que Kafka es más conocido: El proceso (1925), El castillo (1926), y América (1927). La fuerza de su obra ha sido tan original que el término kafkiano se aplica a situaciones sociales angustiosas o grotescas, o a su tratamiento en la literatura.
Temas como la soledad, la frustración y la sensación angustiosa de culpabilidad atraviesan toda su obra. Sus libros cuentan la historia de una imposibilidad: la de expresar, a través de la escritura, el drama del hombre actual, con su crisis religiosa, con sus temores irracionales y su indefensión frente a un poder irracional. Cercano al filósofo Sören Kierkegaard y a los existencialistas del siglo XX, sus textos mezclan lo fantástico y lo real, como en La metamorfosis (1915).
Los héroes que pinta Kafka intentan ser acogidos por el poder y al someterse a él muestran su arbitrariedad y su imposibilidad de ser descifrado.
Casi con lucidez anticipatorio, Kafka nos habló de los infiernos que ocurrirían después de su muerte como el Auschwitz de Hitler y en el Gulag de Stalin.