miércoles, 24 de diciembre de 2008

La Navidad de los personajes de ficción


¿Cómo pasarán la Navidad los personajes de ficción? Don Quijote comerá algo más que el carnero de olla y el salpicón de las noches, en un pequeño banquete organizado por el ama y la sobrina al que asistirán el cura y el Barbero. Sancho tal vez tenga algo más que un pan duro para comer con su mujer.
Alicia compartirá la mesa con la liebre de Marzo, el Sombrero loco y el Lirón, a la que se sumará la Reina de Corazones precedida por el Lacayo Pez y el gato de Cheshire que aparecerá y desaparecerá sonriente al dar las doce.
¿Y Emma Bovary? Mandará mensajes de felicidad a sus amantes, León y Rodolphe, y encargará un vestido a Lhereux endeudándose más?
¿Cómo será la navidad del Principito en medio del Sahara? ¿Añorará a su planeta B615 mientras conversa con el aviador?
¿El capitán Ahab fhará por fin con la ballena blanca una tregua y Bartleby dirá por una vez que esa noche sí, prefería hacerlo?
¿La Maga y Oliveira se encontrarán en una callecita de París para brindar y los Buendía dejarán de sufrir la soledad entre los fuegos artificiales de Macondo?
¿Qué hacen en Navidad los personajes de los libros de la biblioteca, cuando llegan las doce y la luz de las velas alumbran los lomos abandonados entre la algarabía de los festejos?
Ojalá que los personajes de todos los libros que he leído iluminen el camino para que los ausentes vuelvan a casa.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

El pueblo saharaui en una novela de Luis Leante


VIENTOS DE LIBERTAD
Vientos de libertad emprenden
su intrépida marchaen éstos saharuis caminos
donde traidores y agresores
sembraron exterminio
fúnebres miradas,
tueras donde flores
y espectros de agonía.
Se oyeron estruendos,
gemidos de dolor,
duerme el día
en garras de hiena,
el cielo llueve acero
y mi jaima es un torbellino
de asustados rostros
que huyeron de la tierra,
que vuelven a la patria,
mientras el viento de la libertad
lame los confines.

Este es un poema de Luali Lehsan, un poeta que habla de la resistencia de su pueblo -el saharaui- del que muchos de sus miembros viven exiliados en los campamentos de refugiados en las arenas de Tinduf, en Argelia. Otros habitan partes del Sahara ocupado por Marruecos o dispersos por el mundo.
Los saharauis formaron desde 1975 la República Árabe Saharaui Democrática y se encuentran divididos en asentamientos, las wilayas, donde viven una vida de espera hasta que puedan regresar a su tierra. Viven en esa región –una de las más inhóspitas del planeta- desde hace 30 años y han logrado construir una sociedad organizada en el desierto.
El pueblo saharaui es uno de los temas de la novela de Luis Leante, “Mira si yo te querré”, ganadora del Premio Alfaguara de 2007.
Si la literatura es por encima de todo esparcimiento, esta novela lo logra, su trama, que recurre a la analepsis permanentemente, cuenta una historia de amor entre una médica española, Montse, y Santiago San Román, un muchacho de clase humilde que ingresa en el servicio militar como legionario en el Sahara. La novela comienza en 1975 cuando muere Franco y los españoles se retiran de sus colonias en África, los marroquíes invaden el territorio y los saharuis tienen que retirarse a Tinduf en Argelia donde el frente Polisario de Liberación sienta sus bases. Pero en ella se van alterando el tiempo presente a partir de la búsqueda que inicia Montse treinta años después para cerrar una historia que había quedado inconclusa en su adolescencia, con ese pasado en que la vida los separó.
No sólo es una novela llena de acción, persecuciones, raptos, solidaridad, acciones heroicas. Es además, una novela que habla de un pueblo sufriente que espera recuperar sus tierras. Leante hace una pintura de personajes creíbles y conmovedores que obliga al lector a interesarse por un grupo humano que resiste pacíficamente y que no sólo espera volver a su tierra, sino también la solidaridad y comprensión del mundo.
Para conocer sobre el pueblo saharaui, ver el documental “Un grito desde el Sahara” sobre el Sahara Occidental

lunes, 15 de diciembre de 2008

Como aprendió a leer mi abuela

Mi abuela era una sevillana que llegó a la Argentina en 1910. Su padre era el maestro de la aldea, una minúscula población de campesinos que cuidaban cabras en la montaña. Iniciaba en las primeras letras y en las operaciones matemáticas fundamentales sólo a los varones con la absoluta convicción de que las mujeres servían únicamente para criar hijos, hacer la comida y cargar la leña para mantener encendido el fuego. A mi abuela, no obstante, le inquietaban las palabras y quiso desesperadamente aprender a leer. Las clases se dictaban en el granero, al atardecer, cuando los hombres regresaban de sus tareas en la montaña. Mi abuela se escondía detrás de la puerta y atisbaba las clases mirando las letras que el padre escribía con carbón sobre un pizarrón improvisado.
Recreemos la escena. Afuera caía la nieve o se deslizaba la lluvia por el techo del cobertizo, pero en el interior, más allá del sudor de esos hombres que todavía apestaban a cabras y a leche recién ordeñada, las palabras que se iban formando sugerían formas, texturas, objetos que se podían pensar sin estar presentes. Y si se juntaban esas palabras sueltas que los hombres dibujaban sobre pequeñas tablas, podían armarse infinitas historias. La abuela debe haber descubierto, a los diez años, que todo el mundo estaba encerrado en el lenguaje y que las cosas existían cuando podían ser nombradas.
Así, en esas clases que ella espiaba, desde las rendijas de la puerta o los agujeros del granero, mi abuela se iniciaba en el trabajo del lenguaje. Dice Barthes “Leer es encontrar sentidos, y encontrar sentidos es designarlos, pero estos sentidos designados son llevados hacia otros nombres; los nombres se llaman, se reúnen y su agrupación exige ser designados de nuevo: designo, nombre, renombro: así pasa el texto: es una nominación en devenir, una aproximación incansable, un trabajo metonímico.” [1]
Pero, sin saberlo, mi abuela, en el granero, además de encontrar un resquicio en la amurallada autoridad paterna, una brecha en el mandato masculino de permanecer analfabeta, también se sometía al servilismo de la lengua. Porque si, como - dice Barthes- no puede haber libertad sino fuera del lenguaje porque este no tiene exterior, es una puerta cerrada, ella, en esas palabras aprendidas, no hacía más que arrastrar los significados estereotipados del signo que siempre es repetición. Es decir, lengua al servicio del poder. Aunque, para el semiólogo francés, es la literatura la trampa que le hacemos al lenguaje. El poder liberador de la literatura radica, precisamente en el trabajo que ésta hace sobre la lengua.
Y entonces mi abuela aprendió a leer, y con ese mínimo saber se vino a América. A lo largo de su vida leyó un único libro, un texto de oraciones que repasaba ya casi de memoria, y que según ella, contenía las únicas palabras que le interesaban, las que repetía cuando ya era una anciana perdida en recuerdos de la lejana aldea, sentada en una silla de paja junto al brasero.
Leer, para mi abuela, fue el gran desafío al designio paterno, un gesto de rebeldía. Porque quien puede descifrar los signos puede empezar a comprender el mundo, puede apoderarse de un saber que libera de la esclavitud y de la ignorancia.

[1] Barthes, Roland: S/Z. Trad. de Nicolás Rosa. México, Siglo XXI, 1986.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Los exitosos Pells y el tema del doble

Los exitosos Pells retoma un tema transitado innumerables veces en la literatura. La telecomedia de Telefe cuenta la historia de una pareja de periodistas, matrimonio por conveniencia, el de Martín y Sol que padecen y disfrutan de la voracidad del medio televisivo. Pero la cuestión que quiero señalar es uno de los temas que plantea esta historia. Martín Pells, un inescrupuloso periodista homosexual queda en coma y es sustituido por Gonzalo, un bohemio actor heterosexual, pobre y lleno de nobles sentimientos.
Es el tema del doble, el doppelgänger (palabra alemana aplicada al doble fantasmagórico de una persona viva). El doble posee una personalidad opuesta a la de la persona real o a la que usurpa su lugar. Si uno es bueno, su doble será malvado. Y viceversa.
El doble puede darse de maneras distintas. El desdoblamiento, en el que caben dos posibilidades: que las dos encarnaciones de un mismo individuo se excluyan mutuamente, con lo que queda descartada cualquier posible interacción entre ellas (como ocurre en el caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde en la novela de Stevenson) o que ambas coexistan en un espacio y un tiempo, siendo posible entonces la interacción, incluso verbal, entre ellas. Este último es el caso de El doble, de Dostoïevski, y del cuento de Poe, William Wilson, en donde dos individuos iguales no sólo confluyen en un mismo marco espacio-temporal, sino que establecen una relación.
Otra variante es la de los hermanos gemelos, separados al nacer, idénticos en su aspecto pero opuestos en su accionar que representan, físicamente, el miedo más ancestral que se esconde en nuestra mente desde que nacemos hasta que morimos: el miedo a nosotros mismos. Además, sin ser necesariamente gemelos, basta recordar casos como Anfión y Zeto, Rómulo y Remo y por supuesto, Caín y Abel. La literatura se hermana con la historia en esa dramática búsqueda de la propia identidad.
El tema de los gemelos es tan antiguo como la propia humanidad. Aparece ya en el Antiguo Testamento, en la modalidad de los gemelos enfrentados u opuestos (Esaú y Jacob). Los hermanos gemelos, juntos forman la persona humana. Viven y existen juntos, pero todavía no son la unidad. Es necesario «unirlos» para formar la totalidad. Aunque juntos, observamos en estos hermanos niños los dos lados de la naturaleza humana: el uno es agresivo y el otro dulce, el uno es el extrovertido y el otro el introvertido.
En Príncipe y mendigo de Mark Twain, novela que transcurre en Inglaterra, en el siglo XVI es la historia de dos niños que nacen el mismo día en dos partes diferentes de Londres: el mendigo Tom Canty y el futuro rey Eduardo VI. Son tan parecidos que, cuando se encuentran deciden jugar a cambiar sus identidades por unas horas.
Como mendigo, Eduardo descubre las necesidades de su pueblo y Tom que disfruta la vida acomodada del palacio se comporta como un soberano sensible y preocupado por las necesidades de su pueblo aunque se siente solo y prisionero de ese mundo de riquezas.
Otros textos que trabajan el tema del doble: E.T.A. Hoffmann: Los elixires del diablo Henry James: El rincón feliz, Italo Calvino: El vizconde demediado, José Saramago: El hombre duplicado, Mario Benedetti: "El otro yo", Julio Cortázar: "Lejana", "La noche boca arriba", "Axolotl", "El otro cielo" , "Las armas secretas", Jorge Luis Borges:"El inmortal", La muerte y la brújula, "Borges y yo" , "El otro"

lunes, 1 de diciembre de 2008

Zama y otras esperas literarias

Esperar. Quien espera tiene cierta fe en el futuro, pero en el tiempo que media entre el deseo de algo y su consecución la vida pasa. A veces la espera es un tiempo impreciso y extenuante que sólo tiene como fin la muerte. Relatos sobre la espera: Zama de Antonio Di Benedetto. Dice Diego de Zama sobre el final de esta novela magistral: “Me pregunté, no por qué vivía, sino por qué había vivido. Supuse que por la espera y quise saber si aún esperaba algo. Me pareció que sí. Siempre se espera algo más.”
La historia transcurre en el siglo XVIII y narra la vida frustrada del asesor letrado de un gobernador del virreinato del Río de La Plata que espera ser trasladado a un destino mejor, Buenos Aires o Santiago de Chile. Dividida en tres partes: 1790, 1794 y 1799, narra los padecimientos de Diego de Zama, un funcionario colonial que sufre un interminable exilio en Asunción del Paraguay. Recuerda a Marta, su mujer, que ha quedado en su anterior destino, pero también padece los apremios de la carne, el hambre, la paga que debe enviarle el rey y que no llega, las dilaciones amorosas de una mujer casada, las continuas degradaciones morales, la soledad y las bajezas que lo sumen en el fracaso. No es una novela histórica sino, como lo señala Juan José Saer, es un soliloquio lírico sobre la soledad, el desgaste existencial y el fracaso.
Por si no queda claro, la novela está dedicada “A las víctimas de la espera”
Enfermo de espera, Diego de Zama está emparentado con Giovanni Drogo, el protagonista de El desierto de los tártaros de Dino Buzzati. Como Zama, Drogo, destinado a la Fortaleza Bastiani, ubicada en el confín del reino, eternamente amenazada por la invasión de los tártaros, deseoso de gloria y de batallas, espera durante toda su vida la invasión que no llega. Siente, al final, que se la ha ido la vida en ese aguardar inútilmentel.
La misma espera que encontramos en Ante la ley de Kafka. Un campesino espera en la puerta de la Ley que el guardián lo deje pasar y así agota su vida hasta que, a punto de morir, descubre que esa puerta sólo estaba abierta para él. Para Kafka la espera es la condición esencial del ser humano.
Zama, novela publicada en 1956, habla de esa espera infinita que Antonio Di Benedetto escribió, según sus propias palabras “para representar la sensación de nada y de vacío”.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Escríbeme al domicilio verde del verano

Escríbeme al domicilio verde del verano
por Izet Sarajlic


Escríbeme al domicilio verde del verano.
Que los besos que me envíes sean las últimas noticias
/ de la tarde.

Tengo la cabeza llena de algunos hermosos sonetos
y no hay quien me perdone ni deje de perdonarme.

Ayer escribieron otra vez sobre mi último libro.
Inventaron toda una fábula sobre las influencias.
La influencia más grande sobre mí la ejerció una graduada en
/literatura alemana. Pero lo callaron, pues ¿a quién puede importarle?

¿A quién le importa que tú seas para mí Honolulú, Madagascar y
/Méjico,
una historia que, columpiándome, recorrí a lo largo y a través?
Tu nombre no ha entrado en ningún diccionario, no figuras en ninguna enciclopedia,
ni en ningún "¿Quién es Quién?"

Pero para mí lo eres todo, como la cama, las lágrimas,
y la flor en el vaso para el soldado en el primer día de paz.
Tus ojos son mi única lectura en este día que pasa y se va.

(Traducción de Juan Octavio Prenz)
.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Jóvenes y memoria: recordar y participar

Acompañé a dos grupos de alumnos del nivel Polimodal del ex Colegio Nacional y de la Escuela Normal Superior de Bragado que pasaron tres días en el Complejo Turístico de Chapadmalal para dar cierre al programa Jóvenes y Memoria, recordamos para el futuro, impulsado por la Comisión Provincial por la Memoria.
Fue sin duda, una experiencia muy intensa puesto que el programa les propone a los estudiantes secundarios de todas las escuelas de la provincia trabajar sobre el eje “autoritarismo y democracia” y promover la reflexión sobre nuestro pasado reciente, sus consecuencias y sus vinculaciones con el presente.
Los ochocientos jóvenes que se encontraron en el Complejo asistieron a la exhibición de sus producciones realizadas durante todo el año asistidos por la Comisión en el cine del Hotel 8 y, además, participaron en talleres de radio, video, stencil, escritura y foros de discusión en los que se debatieron, entre otros temas, la baja de la edad de imputabilidad a menores.
Junto al mar, los alumnos se contaron experiencias, conocieron otras realidades, vislumbraron otros mundos y otras problemáticas.
Los videos que presentaron los chicos de Bragado fueron el resultado de un largo trabajo y ambos, de manera distinta, plantearon la cuestión de qué pasa con la memoria sobre la dictadura en nuestra comunidad.
“Un paradójico lugar”, realizado por los chicos de la Escuela Normal Superior reflexiona acerca del significado del Parque de la Memoria para los bragadenses. Para ello hicieron encuestas a los vecinos y a familiares de víctimas de la represión.
Los chicos del Colegio Nacional en “Pintadas”, decidieron investigar la estrecha vinculación entre iglesia y dictadura a partir de la experiencia que tuvo Bragado de albergar durante ocho años al cura genocida Christian Von Wernich. El video indaga puntualmente cómo fueron aquellos días en que el cura llegó a la ciudad, y cómo se organizó la Marcha del Silencio en 1988 para repudiarlo a partir de las marcas que quedaron en las paredes y que siguieron hablando a pesar del silencio.
A través de este trabajo, los jóvenes nos dieron a los adultos una lección de compromiso. Imágenes que cuentan una historia que todavía en Bragado nadie se ha abocado a dejar registrada para el futuro y que ahora queda documentada.
Si en otros tiempos nos resultaba difícil abordar estos temas en la escuela por indiferencia y falta de compromiso de muchos docentes, en esta oportunidad el apoyo oficial fue total desde la escuela, la Jefatura de Inspección y la Municipalidad de Bragado, instituciones que han valorando el trabajo.
Los docentes que sufrimos la dictadura sentimos la obligación y el deber de revisar con nuestros alumnos ese pasado para seguir construyendo la democracia. Y también es la obligación de las nuevas generaciones de docentes capacitarse para activar el proceso de construcción y transmisión de la memoria colectiva como forma de afianzar los valores en derechos humanos, las prácticas democráticas y el compromiso cívico crítico de sus alumnos.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Juan Bautista Alberdi: morir en París



Juan Bautista Alberdi fue el autor de “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”, fuente que inspiró a los Constituyentes de 1853 para sancionar nuestra Constitución Nacional. Aquí su testamento y el relato de sus últimos días. Para leer más ver “Juan Bautista Alberdi, el embajador de la soledad”, colección Protagonistas de la cultura argentina, Aguilar-La Nación, 2006, texto cuya investigación y redacción me pertenecen


Testamento de Alberdi de 1881
(…) Dejo todos mis libros de estudio, para base de una biblioteca pública, cuya fundación suplico iniciar en Tucumán a mi amigo y sobrino el doctor Luis Aráoz, obrando con el consejo de mi ilustre primo el obispo de Berisa, Doctor Don Miguel Moisés Aráoz.
Lego a don Manuel Alberdi, que se firma Alberdi, la propiedad de mis obras literarias ya publicadas que no estuvieren enajenadas y el derecho de reimprimirlas. (…)
Ruego a mis albaceas de París se sirvan entregar a Mademoiselle Angelina Daugé, de Saint-André de Fontenay, la suma de treinta mil francos que le debo por la hospitalidad que me dio en su casa durante tantos de mis años de escasez, y a su sobrina Angelina Margarita (hoy Madame Saudron), la cantidad de diez mil francos por su servicio de carácter doméstico en que por años ayudó a su tía, a servirme en su casa.
Deseo que mis albaceas de París y Londres no dejen venir a América, ninguna parte de mis trabajos literarios inéditos y manuscritos, ni permitan que ni allá ni aquí, se publiquen tales como están, pues son simples materiales para componer libros, bien que libros ya compuestos. Me refiero sobre todo a los que llenan un cofre, cubierto de fierro, que me tiene en depósito mi amigo Don Manuel del Carril, con otros baúles, conteniendo parte de los papeles y cartas de que escribo y aquí hago referencia.
Juan Bautista Alberdi, 13 de junio de 1881

Moriré en París

Se despidió de sus amigos y supo, como se saben ciertas cosas irreversibles- que no volvería a la patria.
Una lenta depresión lo fue ganando en el viaje y, al cruzar frente a la costa de Senegal, tuvo un ataque que le inmovilizó un pie y la mano derecha.
Llegó a Burdeos casi sin poder caminar y allí fue auxiliado por Petrona Lamarca. Convaleció un tiempo hasta que pudo llegar a París. Allí se reencontró con sus viejos amigos pero su salud paulatinamente fue empeorando. Rehizo un antiguo testamento y debió renunciar al cargo de comisario de inmigración con el que, el gobierno de Buenos Aires, intentaba paliar sus estrecheces económicas.
El deliro acosó sus últimos días. Las imágenes fantasmales de su vida lo asaltaban y, ya envuelto en vértigo y en sombras, sus amigos -entre los que se contaban los del Carril- decidieron internarlo en un sanatorio en Neully, un suburbio de París, a fines de mayo.
Murió el 19 de junio de 1884, sin recuperar la conciencia. El presidente Roca, al conocer su delicado estado de salud, pidió al Congreso que se le acordara una pensión de 400 pesos que aliviara sus precarias condiciones de subsistencia. El Senado aprobó el proyecto. Pero la comunicación llegó tarde y Alberdi no alcanzó a conocerlo.
Angelina Daugé, que no pudo asistirlo en la última etapa de su enfermedad, llegó a París justo para ver su cadáver en una pobrísima cama. Angelina lo sintetizó así: “¡He ahí la casa de primer orden donde le habían instalado y los extremos a que fue reducido el hombre que en vida fue tan grande y tan bueno para todos!” A veces la oscuridad es la última imagen que se lleva un hombre de entendimiento luminoso.

viernes, 7 de noviembre de 2008

El tesoro de la juventud: ¿Un cuento de niños?

Un amigo lejano me cuenta en un mail que le han regalado la colección completa del Tesoro de la juventud. En mi biblioteca los tomos destartalados de la edición de 1920 todavía mantienen su encanto y alimentan mi fantasía.
Imagino a mi amigo mirando las mismas láminas que yo -de tanto en tanto- repaso cuando, al pasar por el comedor penumbroso, me tienta el estante al lado de la chimenea que alberga la enciclopedia. Desconozco el origen de la de mi amigo. Me ha dicho que se la han regalado. La mía viene viajando en el tiempo, de la casa colonial de mis tías abuelas -que la habrán comprado a algún vendedor de libros de esos que recorrían los pueblos allá por el veintipico, o tal vez en Buenos Aires en alguno de sus viajes- hasta llegar a las manos de mi padre, que la debe haber recorrido en su infancia con el mismo placer que lo hice yo cuando la rescaté de un cuarto de tratos viejos, un poco masticada por las lauchas en algunos extremos, pero con las páginas de láminas brillantes intactas.
Su título alude conceptualmente a los bienes del espíritu, a la riqueza del saber humano y a los destinatarios principales de tanto saber acopiado: “El tesoro de la juventud, enciclopedia de conocimientos”. En ella puede encontrarse un poco de todo: el sabor encantado de las narraciones populares, las maravillas del mundo, los adelantos de la ciencia, biografías de famosos hombres y mujeres, interrogantes contestados con intención científica, lecciones de francés e inglés, poesías, costumbres exóticas. La enciclopedia, dividida en secciones, exhibe títulos como “Cosas que debemos saber”, “Historias de libros célebres”, “Juegos y pasatiempos”, entre otros.
Traducida del inglés, fue publicada en España en 1920 por Walter Jackson y distribuida en las capitales más importantes de América con artículos escritos por autores locales. El consultor, compilador y autor de la parte argentina es Estanislao Zevallos, el vocero ideológico de la Campaña al Desierto efectuada por el General Roca, hombre empapado de la idea civilizadora propia de la generación del 80 y que, a juzgar por el prólogo que firma en el Tomo I, conocía tanto a los niños argentinos como a los cafres africanos fotografiados en algunas secciones.
Con su idílica visión de la niñez, Zeballos escribe: “El clima benigno, la facilidad para gozar de la vida al aire libre, la alimentación sana y abundante, las facilidades generales de la lucha, y, probablemente, ciertas influencias termoeléctricas de la tierra aún no bien determinadas, influyeron en la hermosa salud y en el vigoroso desarrollo físico-psíquico de los niños sudamericanos”. Y advierte en el prólogo que la enciclopedia “es una obra civilizadora, pues los hijos de los hogares pobres, expuestos a los peligros de las calles y de los campos, y de la vida vagabunda hallarán en esta lectura reconstituyente un motivo de permanencia en el hogar”
Miguel de Unamuno que, como otros prestigiosos intelectuales de la época -Alberto Edwards, José Enrique Rodó y Adolfo Holmberg- creía que, “hablar con los grandes que fueron es mejor que con los pequeños que son” y justifica la publicación de la enciclopedia a través del incentivo de la imaginación que proporcionan las historias de aventuras. Para él el alimento de la inteligencia debía servir de aliciente y excitación para la fantasía.
Zevallos afirma en alguno de los tomos que “los niños argentinos se distinguen por la precocidad con que aprenden, saben más de historia de Estados Unidos que los propios norteamericanos y que cantan con igual solvencia el Himno Nacional que el Sata Spangled Banner y el Hall Columbia, porque los niños argentinos son bellos y robustos, y predominan entre ellos los rubios y trigueños.”
No obstante la belleza de la páginas de la enciclopedia, de sus láminas aún maravillosas y la diversidad temática, los jóvenes que abrevaron en este compendio del saber, fueron mamando un sutil racismo. En la sección, Los tesoros ocultos de la Tierra, por ejemplo, bajo una foto del aduar donde vivían los mineros negros africanos, puede leerse este epígrafe de neto corte colonialista: “Muchos son los millares de cafres empleados en la minas de oro del Sur de África, y si se tiene cuidado con ellos llegan a salir buenos trabajadores”. Mucho más explícito es el texto de Zeballos en donde explica, en un artículo sobre la Argentina, que “Las tropas pertenecientes al ejército de este país, están formadas por gente blanca y rubia, pues la mezcla con la inmigración ha hecho desaparecer al negro y a las razas inferiores.”
Contrastando las buenas intenciones de los colaboradores –redactar un texto destinado a los niños que no tenían acceso a la educación sistematizada- la segregación racial es una constante, digamos subliminal, en la enciclopedia. En el Libro del porqué se responde de esta manera a la pregunta ¿son necesarias las guerras?: “Hubo guerras que sostuvieron los pueblos civilizados, cuyo número crecía, sin cesar, rápidamente, contra los salvajes. Todas las civilizaciones se han extendido de este modo. Parece que, dado el modo como el mundo está hecho, estas guerras fueron en la antigüedad necesarias, como es necesaria la muerte.”
Más allá de estos conceptos, de las páginas de El tesoro de la juventud saltan para nuestro deleite Alicia la del País de las maravillas, la Cenicienta, Guillermo Tell, Robinson Crusoe, el varón de Múnchausen, califas, princesas, pastores de ovejas y magos. Pura maravilla que mi amigo el que vive tan lejos junto a un mar del fin del mundo y yo, en la llanura pampeana, disfrutamos en tiempos distintos, en casas distintas, en provincias diferentes. Pero sin embargo, esas páginas, las mismas, y también diferentes, nos reúnen en nuestro común país de las palabras. Un lugar en el que los relojes, y las distancias pierden sentido. Un lugar donde los dos podemos jugar a buscar al conejo blanco, a conversar con los liliputienses o a departir con la fauna de los océanos. De esas cosas hablamos, a veces, cuando tenemos ganas de ser niños otra vez.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Casas para leer

Mi amiga Adriana me recita unos versos que trae de su infancia.

Feliz aquél que vive en mansión heredada
con fontanares y árboles al pie de una colina
y del otoño lánguido en la tarde nublada
ver rodar por los campos la lluvia y la neblina

Me dice, para la gente que anda cambiando de casa todo el tiempo, vivir siempre en el mismo lugar debe ser una felicidad. También un aburrimiento, un deseo inmenso de salir al mundo para vivir aventuras, le contesto. Para eso, por suerte, están los libros. Cuando vivimos en la misma casa en que nacimos leer novelas y escribirlas nos incitan a la aventura. Porque la aventura es, ya se sabe, la esencia misma de la ficción y ocurre cuando el azar o el destino se entromete en la vida diaria y produce cambios substanciales. Toda narración avanza cuando se pasa de una situación de equilibrio a una complicación que generará la acción. Puede ocurrir en un mundo parecido al nuestro –parecido- no igual, porque es otro mundo, uno paralelo en el que los personajes están siempre en tensión. Estos personajes, que pueden ser niños o jóvenes -no necesariamente- o alguien que necesita crecer, pasar una frontera y de ahí iniciar un viaje -no importa cuán lejos-, si deberá saltar de un continente a otro o andar por los caminos vecinales de su pueblo. Es ahí, en el camino, en el viaje, donde aparece el miedo a lo desconocido, el miedo a no saber cuál será el resultado de la acción: es decir, la incertidumbre. Si algo enseña la novela de aventuras es a comprender el rol de la incertidumbre en la vida, que doblemente paraliza e incita a la acción.

viernes, 24 de octubre de 2008

Un hombre en la oscuridad, de Paul Auster

En los laberintos de la mente se construyen infinidad de mundos. La literatura multiplica la realidad, agrega, como diría Bioy Casares, un cuarto a la casa de la vida.
En la última novela de Paul Auster, Un hombre en la oscuridad, un crítico literario septuagenario, August Brill, convalece en casa de su hija después de un accidente y, como no puede dormir, imagina historias. Piensa a un personaje, Owen Brick, un mago que de pronto es transplantado a un mundo paralelo en el que Estados Unidos está sumergido en una guerra civil. Sin explicación alguna, recibe la orden de matar a una persona que es la responsable de imaginar esa guerra, el mismo August. Es decir que en el relato ambas vidas, las del crítico literario y la del personaje se entrelazan en esa pluralidad de mundos que propone la ficción.
En el despliegue de esas dos historias ocurre el mismo fenómeno que en el cuento de Cortázar, Continuidad en los parques. En él hay un lector que se deja fascinar por la trama de la novela que lee hasta tal punto que ficción y realidad se le confunden y termina convertido en la víctima del asesinato que los personajes del libro planean. La clave de este cuento está en el título, la continuidad se da en los dos espacios, el del lector y el de los personajes.
Esta historia, como también otra de Cortázar, La noche boca arriba, puede representarse con la cinta de Moebius, una banda que no tiene dos lados sin uno solo. Con el mismo efecto que logramos en la cinta de Moebius, el crítico Oscar Hahn señala: “En ‘Continuidad de los parques’ el personaje lector está literalmente dentro de la novela. Mientras lee, comparte el mundo de los amantes y, al compartirlo, potencia el fenómeno de la reversibilidad: a los personajes les es dado compartir el espacio de su lector. La comunicación de los mundos queda establecida”.
La novela de Paul Auster nos plantea lo que ya otras ficciones nos dicen. No hay un solo mundo, sino infinitos, idea que a Giordano Bruno, en 1600, lo llevó a la hoguera acusado de herejía por la Inquisición. Él hablaba de la pluralidad de mundos: «Dios es omnipotente y perfecto y el universo es infinito; si Dios lo conoce todo entonces es capaz de pensar en todo, incluido lo que yo pienso. Debido a que Dios es perfecto y conoce todo, debe crear lo que yo pienso. Yo puedo imaginar un infinito número de mundos parecidos a la tierra, con un jardín del Edén en cada uno.”
Brick, el personaje de Un hombre en la oscuridad, es trasladado por esa brecha, esa porosidad de la realidad de su mundo trivial a otro en el que deberá ser víctima y verdugo. Como la Alicia de Carroll que pasa a través del espejo, como el motociclista de La noche boca arriba que también es un indio moteca víctima de la guerra Florida, los versos de William Blake resuenan en el fondo de estos textos inquietantes:

Si las puertas de la percepción se depurasen,
todo aparecería a los hombres como realmente es: infinito.
Pues el hombre se ha encerrado en sí mismo hasta ver
todas las cosas a través de las estrechas rendijas de su caverna.

Como todas las novelas de Paul Auster, Un hombre en la oscuridad, no nos suelta hasta la última página. Porque además de estos juegos ficcionales, el autor refleja un mundo despiadado y en conflicto y nos recuerda que sólo a través de la literatura puede explorarse a fondo nuestra violenta realidad.

jueves, 16 de octubre de 2008

Presentación de Pasaje a la frontera en la Escuela Media nº2 de Bragado

Presentaron: Prof. María Raquel Pajón y Karina Fraccaroli de Comunicarte

El acto fue muy emotivo, organizado por mis compañeras del Departamento de Lengua y Comunicación. Directivos, colegas, alumnos y amigos me acompañaron. El libro empezó a viajar en manos de los lectores.

martes, 14 de octubre de 2008

Valentina


Valentina es mi amiga más chiquita y una lectora. A ella está dedicada mi novela Pasaje a la frontera. Valentina sabe que cada libro es un viaje y una aventura, como lo dice Emily Dickinson en este poema:


No hay mejor fragata que un libro
para llevarnos a tierras lejanas.
Ni mejor corcel que una página
de cabriolante poesía.
Esta travesía, el más pobre puede emprenderla
sin la opresión del peaje.
Qué sencillo es el carruaje
que el alma lejos envía.

sábado, 4 de octubre de 2008

La marca en la tierra, de Graciela Rendón


Mucho se discute la existencia de la literatura juvenil más allá de constituir un fenómeno de mercado. Para muchos, este género que crece gracias a la mediación de la escuela, sería una especie de bisagra entre la literatura infantil y la gran literatura, el necesario escalón para llegar a obras más complejas.
Sin embargo, la novela juvenil, cuyos destinatarios son adolescentes entre doce y dieciocho años, se ha fortalecido a lo largo del tiempo incentivada por concursos literarios y colecciones diseñadas para atrapar la atención de esa particular franja etaria.
Como toda buena literatura, La marca en la tierra de Graciela Rendón escapa a la deliberada intención pedagógica que suele ser moneda corriente en este género.
Esta novela de perfiles épicos tiene muchas claves de lectura. Desde la perspectiva del género posee todos los condimentos esperables: personajes en una etapa de crecimiento, aventura, multiplicidad de conflictos propios del mundo juvenil, relaciones complicadas entre padres e hijos, aparición de oponentes fuertemente reconocibles contra los que luchar, valores éticos y la reivindicación de la especificidad del destinatario.
Pero la novela de Rendón tiene muchas cosas más. Se suele considerar a la literatura juvenil como una escritura espejo de la problemáticas propias de la pubertad, de tal manera que, se supone, el joven se deleita viéndose a si mismo en las páginas del libro e identificándose con el protagonista. Sin embargo, ¿cómo explicar que los jóvenes se hayan apropiado de relatos tan alejados de sus mundos cotidianos como el Corsario Negro de Salgari o las amargas reflexiones del Swift que narra Los viajes de Gulliver? Es que precisamente, el joven que habitualmente está sediento de aventura, busca otros imaginarios muy alejados de sus rutinas porque es, precisamente allí, frente a lo desconocido, lo diferente, donde intenta encontrar las respuestas existenciales.
La historia de Edelina, la protagonista de La marca en la tierra, tiene algo más que la intención de contarnos un relato moral entre un pueblo que lucha por defender su tierra contra un intendente inescrupuloso que, además, es un padre golpeador, un violento. Lo que Graciela Rendón cuenta es una epopeya colectiva, y es en este punto en que la novela deja de reproducir las claves del género para anclarse en un tema que se inscribe en la literatura universal. La sublevación de los débiles contra los poderosos ha sido narrada por Lope de Vega en Fuenteovejuna- recordemos ese Comendador que agravia a hombres y mujeres- o en Fontamara novela de Ignazio Silote, una crónica de la brutalidad del fascismo que se ensaña contra los cafoni, campesinos del sur de Italia por citar dos ejemplos. En ese sentido, La marca en la tierra trasciende las temáticas individualistas propias del género y da voz a los descendientes de los pueblos originarios creando un imaginario más complejo y poco abordado en la narrativa destinada a los jóvenes.
El valor de la tierra como construcción de identidad, el rescate de la tradición y de los saberes empíricos encarnados en el abuelo Raimundo -que también ha dejado su “marca” en la niña a través del recuerdo- poseedor de un discurso siempre vivo que personifica las razones fundamentales de una existencia signada por la relación del hombre con la naturaleza.
Otra clave de lectura la brinda la estrategia narrativa que escogió la autora para contarnos esta historia de una familia mapuche, sus amigos y agentes institucionales (maestras, asistentes sociales). El texto interpela al lector desde una atrayente estrategia narrativa: la historia se construye desde diferentes voces: la de la protagonista, la de su amiga Indira, la del abuelo mapuche, la del intendente, la de las representantes de las instituciones educativas y comunitarias, las de las madres.
Voces recurrentes que van fundando el universo de un grupo humano que se desarrolla en un lugar junto a la cordillera instaurando, además, una geografía que se animiza a través de un leguaje metafórico en el que las cosas, los animales, el paisaje y todo lo humano se nombra hasta el extremo de sus posibilidades.
Lejos de plantear un mundo maniqueo, Rendón trabaja a sus personajes en toda su complejidad. Las mujeres son buenas y malas, sumisas y criteriosas, tienen dudas, se equivocan y se rectifican. Hay una madre que abandona y otra que es cómplice de la violencia masculina. Hay una chica que es solidaria pero a veces piensa con egoísmo. Eusebio, el padre de Edelina, es un buen hombre pero no puede establecer un diálogo con su hija ni entender que debe estar en la escuela y no trabajando de madre sustituta. Gente ruda, trabajada por las dificultades de una vida que tiene más dolores que recompensas. Las maestras, no obstante, aparecen idealizadas. Son las que saben qué hacer en cada circunstancia y es quizá este un pequeño punto débil, concesión hecha a una de los objetivos de la literatura juvenil: ser leída en la escuela.
Otra clave de lectura la brinda el final. Si bien se van cerrando todos los conflictos, hay cuestiones que quedan abiertas como en la vida: Edelina no encuentra la explicación para abandono de la madre, lo que constituye un escape a la obviedad y traslada al lector un conflicto que queda sin resolver porque la existencia es un espacio de ambigüedades e incertidumbres.

Aquí estamos con Graciela y Silvia Werner en Córdoba

Graciela Rendón, nació en Buenos Aires en 1955 y vive en San Martín de los Andes, provincia de Neuquén, donde ejerce la docencia y desarrolla tareas culturales en su comunidad. Es autora además de “De las huellas a la palabra” de Abuelas de Plaza de Mayo. “La marca en la tierra” recibió Mención honorífica en el Primer concurso Jóvenes del MERCOSUR de la Editorial Comunicarte

viernes, 26 de septiembre de 2008

Swift


No es fácil ser optimista con los zapatos rotos. No es fácil ser irlandés, vivir en Inglaterra y tener que limpiar el traje con vinagre para aparecer presentable. Jonathan Swift (1667-1745) supo de estas humillaciones. Más tarde mejoró su condición trabajando al servicio de un pariente lejano, con el que se llevó siempre mal: el escritor y diplomático William Temple. De regreso a Dublín se ordenó sacerdote. Más tarde se convirtió en un escritor propagandista. Estamos en el siglo XVIII, los mecenas han desaparecido, son tiempos de alquilar la pluma al partido que lo solicite. Swift derrochó sus acideces primero para al partido wig, después para el tory. Sus palabras eran sarcásticas, las necesarias para hablar de un mundo sombrío.
En Irlanda fue considerado un héroe nacional, pues sus obras apoyaban las reivindicaciones de su pueblo. En 1729 publicó “Una modesta proposición”. Con ironía proponía en ese texto una solución para los niños hijos de pobres familias irlandesas que significaban una terrible carga. Comenzaban las famosas hambrunas de Irlanda y, según lo que proponía Swift, los niños podían ser engordados y vendidos como alimento de los ricos. “Un niño alcanzaría para dos platos en una comida de amigos...”, sugería. André Breton pensaba que Swift inventó el humor negro. Y tenía razón. Porque después, en 1726, el escritor irlandés escribe Los viajes de Gulliver. Sombría novela que, si bien fue objeto de apropiación por el público juvenil, es mucho más que un relato de aventuras, es una reflexión desgarradora sobre la condición humana. Para Gulliver, después de su largo viaje lleno de experiencias extraordinarias, visitando reinos y civilizaciones exóticas, acaso más justas que las europeas, el retorno parece imposible. Pero vuelve porque, dice el navegante: ¿”quién no se siente arrastrado por sus fobias y por su parcialidad hacia el lugar en el que se ha nacido?”
Los viajes de Gulliver es un libro cruel. De las cuatro aventuras, quizá la más recordada es la del reino de Liliput, el país cuyos habitantes miden seis pulgadas. Pero si bien el pintoresquismo de este primer episodio le valió la inmortalidad a la obra, ésta avanza en profundidad a medida que el protagonista descubre países que desconocen la guerra, las intrigas de estado y la desigualdad social.
Gulliver toma conciencia, de viaje en viaje, de que pertenece a una civilización que ensalza la muerte, que agudiza la desigualdad, la avaricia, la corrupción . Al final, arriba a un país donde los seres pensantes y racionales son los caballos (los houyhnhnm) y las bestias de carga unos humanoides despreciables denominados yahoos. Y entonces es ahí donde Swift habla de cómo ve a la humanidad, en el tono más sombrío, más desesperanzado. Los desagradables y voraces yahoos, primitivos y bestiales tienen, curiosamente, los mismos comportamientos que los europeos: avaros, individualistas y voraces. Frente a ellos, el ordenado mundo de los caballos nos propone una lección de equidad y honradez, de amistad y benevolencia.
El reintegro de Gulliver a Inglaterra, después de sus disparatados viajes es imposible. Se siente incapacitado para su readaptación. No soporta. ni siquiera la cercanía de su mujer: “La semana pasada empecé a permitirle a mi mujer que se sentase a comer conmigo, al extremo opuesto de una larga mesa y respondo (aunque con el mayor laconismo) a las pocas palabras que me dirige”. El olor de yahoo le sigue siendo desagradable. Se tapona la nariz con ruda, espliego u hojas de tabaco para no sentirlo. De ahí a volverse loco queda un paso. Y Swift, no su personaje, enloquece. El rey de Brobdignag le había dicho a Gulliver cuando se enteró de los sofisticados armamentos que sus contemporáneos han inventado para destruirse : “No puedo sino concluir que el grueso de los hombres nacidos en su país son la más perniciosa raza de abominables y minúsculos gusanos que la naturaleza ha hecho reptar jamás sobre la faz de la tierra”. Después de eso, Swift camina diez horas diarias. Un día se mira al espejo y se dice: “estoy loco”. Después se muere, en 1745. Deja sus bienes destinados a la construcción de un manicomio. La lucidez de su mirada lo lanzó a la locura. De ese viaje sí que no se vuelve.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Córdoba: días de libros y amistad

La presentación de las novelas ganadoras del Primer concurso Los jóvenes del MERCOSUR se realizó en el Auditorio Obispo Mercadillo, frente a la plaza San Martín en el marco de la Feria del libro en Córdoba, capital.
Córdoba es una hermosa ciudad. La pasamos genial. Basta vernos las caras. Gabriel Saéz, Silvia Werner y yo.
Con Karina Fraccaroli, directora de Comunicart e y el secretario de Cultura de la Municipalidad de Córdoba. ¿Cuánto tardaste en llegar a Córdoba?

Las novelas:El Primer Premio correspondió a Gabriel Saez (Uruguay) con la novela ¨Noton y los ladrones de luz¨; el Segundo Premio recayó en Silvia Werner (Argentina), con el título ¨Por lo que debas ser” y el Tercer Premio lo mereció Shirley Souza (Brasil) por la obra ¨Rotina (nada normal) de una adolescente em crise...¨. Menciones Honoríficas recibidas por: María Cristina Alonso (provincia de Buenos Aires) con ¨Pasaje a la frontera¨ y Graciela Rendón con “La marca en la tierra (Neuquén)”

Esta colección propone historias atrapantes con temáticas propias de la cultura juvenil, de todos los tiempos y para todos los gustos. Veinte Escalones apunta a los adolescentes de 9 a 17 años, una etapa bisagra entre el niño que viene leyendo un libro álbum -todo ilustrado- y la literatura para adultos.


De la contratapa de la novela “Pasaje a la frontera”: “Un viaje a través del tiempo. Manuel, huérfano, recién llegado de la ciudad al pueblo, se ve envuelto en un momento clave de la historia argentina: la Campaña del Desierto. La lucha por sobrevivir en una realidad que le es ajena pronto se convertirá en destino. Aventuras, amistades, experiencias nuevas. ¿Volverías a tu casa? ¿Volverías al futuro?”


domingo, 14 de septiembre de 2008

La revista CRISIS


La Editorial de la Universidad Nacional De Quilmes ha publicado una antología de la revista Crisis.
Esta revista era nuestra lectura obligada en los años setenta. En ella leímos a los autores que nos deslumbraban, propiciaba el debate en el campo intelectual y alimentaba nuestro sueño de un cambio social. En Crisis publicaban Cortázar y Galeano, el padre Castellani contaba de qué habían hablado los escritores en el famoso almuerzo con Videla, Haroldo Conti escribía desde Cuba sobre Hemingway y publicaba cuentos. Había entrevistas a García Márquez ante la publicación de El otoño del patriarca y poemas de Manuel Scorza, notas a cantantes como Daniel Viglieti y Alfredo Zitarrosa, la canciones prohibidas de Chico Buarque, las cartas de John William Cooke, los comentarios de la última novela de Jorge Amado o las crónicas del golpe de Pinochet en Chile. Se escribía sobre Jorge Prelorán y su cine documental etnográfico o se publicaba como primicia la canción póstuma de Víctor Jara, escrita en el Estadio Nacional antes de que lo mataran.
La revista Crisis apareció durante apenas tres años, entre 1973 y 1976, período en que el peronismo volvió al gobierno luego de casi 20 años, en ese espacio tan complejo y violento que se vivió entre dos dictaduras militares. El director ejecutivo de la revista era Federico Vogelius, el director editorial Eduardo Galeano, uno de sus redactores, el poeta Juan Gelman y tenía como colaborador permanente a Hermenegildo Sábat.
Pocos meses después del golpe fue clausurada. Tenerla en nuestros departamentos era peligroso. Muchos se deshicieron de la colección de la revista en esas hogueras de autocensura en las que nos desprendíamos de nuestros libros y publicaciones más preciadas. Eran tiempos oscuros y se corría riesgo con cualquier papel impreso que hablara de los escritores prohibidos.
Yo la salvé gracias a mi padre que la trajo a Bragado en el baúl de su auto.
Ahora, treinta y dos años después, la sigo leyendo y consultando. Muchas de sus notas siguen siendo terriblemente actuales.

martes, 9 de septiembre de 2008

Cosas que les digo a mis alumnos

Les aseguro a mis alumnos que leer es ganarse amigos, que en el mundo paralelo de nuestras lecturas hay una banda esperándonos en lugares de increíble belleza a veces, y muy poco recomendables, otras. Porque la lectura ha poblado nuestra imaginación y le ha dado sentido a nuestro mundo cargándolo de referencias.
Les digo, hay un tipo que se llama Philip Marlowe. Es un duro, siempre anda con un cigarrillo colgado de la boca y mira desde un bar como atardece en Los Ángeles. Es decente aunque le ha tocado vivir en una época, los años cuarenta, donde el dinero todo lo compra -hasta las conciencias- y acechan por doquier gangsters, mujeres demasiado bellas y estafadores. A veces recibe un golpe. Pero él tiene la lengua filosa y habla con una ironía que mata. Es un buen compañero, Marlowe, lo inventó un escritor norteamericano, Raymond Chandler, cuando ya pasaba los cuarenta. Ideal para andar en su compañía por callejones solitarios, en puentes malolientes, en bares poco iluminados.
Hay un escritor, les cuento a mis alumnos cualquier mañana de ésas, que no era un intelectual a la manera convencional. Usaba overol, martillaba todo el día en el fondo de la casa, construía sus propias canoas para remontar el Paraná y hasta inventó una máquina para matar hormigas que terminó en una explosión ante la mirada azorada de los potenciales compradores. Le gustaba la selva, escribía en Misiones, en una casa que había construido con sus propias manos, los mejores cuentos de todos los tiempos. Y entonces salimos a buscar a Horacio Quiroga por cualquiera de las páginas de sus libros de cuentos.
Otro, decía que una novela terminada era como un león muerto. Bebía, escribía y boxeaba. Escribió una novela heroica sobre un viejo pescador cubano y un pez que le insumía todas sus fuerzas. Se llamaba Ernest Hemigway y era maestro en demostrar que hay derrotas que, en el fondo, son triunfos. Con él solemos aprender que no hay nada más importante que resistir.
Navegando entre palabras remamos hacia las islas literarias. Somos Robinson Crusoe encontrando la huella marcada en la arena, somos el fugitivo de La invención de Morel enamorándonos de la esquiva y lejana Faustine, desconsoladamente solos, en un mundo de imágenes virtuales.
Un profesor, un maestro es, en todo caso, un lector entrenado que da de leer. Un arbitrario lector que entrega sus héroes, sus islas, sus amores contrariados, sus tesoros secretos. Alguien que selecciona de la gran biblioteca del mundo algunos ejemplares para que sus alumnos entren en el paraíso de la lectura. Sólo eso.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Rosada aurora

En aquel tiempo mi madre salía a la puerta para despedirme y me ataba el moño del guardapolvo que lucía casi como un repollo. En la radio escuchábamos a los Pérez García y la vida de pueblo era lenta porque es lento el tiempo de la infancia. Pasé todos los años de la primaria y todos los de la secundaria recorriendo esas dos cuadras que me separaban de la Escuela Normal, la Escuela Normal Mixta como se llamaba entonces.
El recorrido desde mi casa, en la calle Núñez donde todavía vivo, era breve pero tenía sus pequeñas aventuras. Había una vereda, en la primera cuadra, que nadie pisaba porque traía mala suerte, es decir, pisarla significaba que a uno lo llamarían a dar esa lección que no se había estudiado o recibiría un reto inesperado. La brujería andaba suelta por ese entonces y había que conjurarla bajando a la calle.
La escuela tenía una mezcla de olores. El de unas pastillitas de goma multicolores que vendían en el kiosco, el de la tiza y el de los sudores de los recreos. También olía a kerosén, como casi todas las casas de ese tiempo en que todavía la red de gas no se había extendido y el portero llegaba en esas mañana gélidas con una estufa de velas a la que, de tanto en tanto, había que darle fuelle para avivar la llama.
En la escuela nos esperaban los griegos y los romanos, las reglas ortográficas, los mapas que dibujaban regiones ignotas de Asia y de África, los gorros rojos de la mazorca, las imágenes de Sarmiento extraídas del Billiken y las maestras con guardapolvos blancos inmaculados. Porque en la escuela de antes, las maestras se abocaban a almidonar sus guardapolvos casi con el mismo empeño con el que enseñaban las primeras letras. Sus guardapolvos eran tan tiesos que crujían cuando ellas doblaban el codo para escribir en el pizarrón.
La escuela era ese enorme y emblemático edificio que atesoraba maravillas increíbles en la opacidad de sus cuartos. Los desnudos cuerpos de yeso abiertos en el vientre por los que se veían los órganos, el corazón palpitante de tintura, los sinuosos intestinos, el hígado marrón. Mientras, en el fondo oscuro de la mapoteca, el esqueleto acechaba con su humor torvo y áspero de las mañanas de invierno.
Una escuela es, en el recuerdo, un intrincado laberinto donde se cruzan los recorridos de la vida. En el tránsito por sus aulas fui viajando a través de los libros. Por los insípidos de lectura con tantos próceres y dibujos de chicos huérfanos y madres abnegadas, por el Manual Estrada cuyas tapas grises desalentaban cualquier entusiasmo y por los otros, los que fui traficando con maestras y compañeras, los que fueron construyendo ese objeto del deseo que es la lectura. En ellos todo lo humano y lo divino se concentraba en sus páginas y me hacían temblar de emoción. En la escuela, además de las batallas por la independencia y las invasiones inglesas entraba el odio de Ahab por la ballena blanca, el misterioso capitán Nemo de Verne, las chicas Marchs de Mujercitas, los liliputienses de Swift y el detestable Kurtz de El corazón de las tinieblas. Más allá de las ventanas de las aulas, tras sus vidrios escarchados o empañados por la lluvia, yo sabía que latía el desierto con sus arenas resplandecientes o la selva de Quiroga acechaba con sus yararás y sus hombres malditos por el alcohol. La escuela me dio esas visiones que emanaban de las páginas de los libros leídos muchas veces a escondidas. Hay un poema de Stevenson que cita Alberto Manguel, un lector empedernido, en su Historia de la Lectura, que explica estas antiguas sensaciones que me propiciaban los libros: “Así era el mundo y yo era el rey:/ Para mí zumbaban las abejas, volaban para mí las golondrinas”.
La imagen de la Escuela Normal recortándose en el atardecer sobre un cielo rojizo o palpitando en la noche con su cuerpo de monstruo marino es una de las tantas figuritas de mi infancia. La he recortado y la he pegado en el álbum de mis recuerdos.
Ha cambiado mientras tanto, y yo ya no curso la primaria ni la secundaria. Vuelvo a ella al cabo de los años para estar del otro lado del mostrador y a veces, sólo a veces, mientras doy alguna clase en el Polimodal o en el Instituto de Profesorado, creo entrever en el anteúltimo banco a una chica tímida con el pelo enrulado atado en una cola que me mira. Tiene un libro entre las manos.
Al principio intento no reparar en ella y me digo que los años me hacen ver visiones. Pero después me convenzo de que esa que me mira es la niña que fui en la Escuela Normal y que me pide cuentas. Y yo, mientras recorro las estrofas del Martín Fierro o hablo de la locura de Don Quijote, empiezo a tener miedo de haberla traicionado. De verdad, y para eso no tengo respuesta.
Tenía cinco años cuando mi padre me llevó de la mano y me dejó en la puerta del aula de jardín de infantes. Empezaban los años sesenta y esto que estoy contando se lee con las canciones de Elvis y más tarde con las de los Beatles de fondo.
En la escuela aprendí las complejidades de las ciencias y de las letras. Una profesora inolvidable me regaló la lectura del primer Cortázar, un compañero de banco me enseñó a reír a carcajadas y me habló por primera vez de Maiakosvky Con algunos maestros desaprendí, con otros escribí mis primeras cuentos. A los diecisiete me fui con la cabeza llena de esperanzas y de deseos. Más tarde volví, vuelvo siempre porque ahora es mi lugar de trabajo y algunas cosas aún siguen igual. No cambió, por ejemplo, la canción Aurora que se entona en la escuela todas las mañanas, en ese preciso instante de la rosada aurora de la que habla el Quijote. A ese cielo rojizo sobre el que la escuela se recorta me entrego cuando el cansancio me vence, cuando el timbre acecha como un animal marino que llama y llama. Y entonces yo entro no a la escuela de verdad, sino a la otra, la ficticia, la que sigue recorriendo la chica de doce años que fui. Porque hay una escuela dentro de otra cuyos contornos se van diluyendo sobre el cielo de las mañanas lejanas de la infancia.

domingo, 31 de agosto de 2008

Escribir una novela

La escritura de una novela es una empresa que requiere de muchas horas, dedicación y constancia. Alguien dijo que escribir una novela era sumarse un problema más a los que de por sí ya tiene la vida, y otro escribió, "¿Para qué‚ escribir una novela si se puede conseguir quizá una mejor por unos pocos pesos?". Sin embargo, a pesar de que planear un trabajo de largo aliento como es una novela es una complicación para un escritor que, sin lugar a dudas, sabe que no va a vivir de su venta, sigue habiendo locos que emprenden ese cometido. Es que quienes escriben no lo hacen por ninguna de las razones que habitualmente se piensa: para alcanzar fama, dinero, prestigio, para verse en letras de molde. García Márquez dice que escribe para que sus amigos lo quieran, Stendhal tenia el propósito de seducir con su escritura a una mujer hermosa. Es que siempre uno escribe para alguien, para ese lector sin rostro, o para uno secreto y privilegiado, porque como decía Maurice Blanchot: "Qué es un libro que no se lee?" Y se respondía: "Algo que todavía no está escrito."
Escuchemos a Robert Louis Stevenson: "Cualquiera puede escribir un cuento, un mal cuento, quiero decir, si tiene industria, y papel, y tiempo suficiente; pero no todos pueden esperar escribir una novela, ni siquiera mala. La extensión es la clave. Un novelista aceptado puede construir y derribar su novela; pasar días con ella en vano, y no escribir más de lo que tacha. Un principiante no. La naturaleza humana tiene ciertos derechos: un instinto, el de supervivencia, prohibe que nadie, sin verse animado y apoyado por la conciencia de victorias previas, pueda soportar las miserias de un esfuerzo literario baldío mas allá de periodos que se pueden medir en semanas. La esperanza necesita un suelo para arraigar. El principiante necesita una buena brisa, encontrar una veta afortunada; debe estar en una de esas horas en que las palabras vienen y las frases se equilibran solas, y eso para empezar. Y, habiendo empezado, ¡qué terror cada mirada hacia adelante hasta que el libro se acaba! ¡Cuánto tiempo debe seguir soplando esa brisa, siguiendo esa veta! ¡durante cuánto tiempo debe seguir al mando de esa misma calidad de estilo! ¡Durante cuánto tiempo debe mover sus marionetas, siempre vitales, consistentes, vigorosas! Recuerdo que, en esos tiempos, solía mirar todas las novelas de tres volúmenes con una cierta veneración, como una hazaña, si no literaria, al menos de resistencia física y moral, del coraje de un Ayax".

sábado, 16 de agosto de 2008

TEJIDOS

Ilustración de Norah Borges,
para el cuento "Casa tomada"
(Anales de Buenos Aires, nº 11)
Algunos inviernos traen la moda del tejido. Sobre todo en tiempos de crisis las mujeres vuelven a las agujas y a las lanas no sólo para aliviar la deprimida economía de sus hogares, sino para reeditar un ritual que se remonta mucho más lejos que la época de las abuelas que tejían escuchando el radioteatro.
En La Odisea aparece ya la idea del tejido asociado a la espera. Penélope teje el sudario de Laertes, que no ha muerto aún, esperando el regreso de su amado Ulises. Tejido que sirve como entretenimiento de la espera pero también como artilugio para acallar el apremio de los Pretendientes que quieren ocupar el lugar del viajero errante.
El tejido se asocia inevitablemente a la trama del texto. ¿Qué es un texto sino un entramado de palabras que inventan un mundo con sus personajes, sus acciones, sus voces y silencios? La tejedora en lugar de palabras va uniendo lanas, armando una trama en la que se van colgando sus pensamientos, las voces del mundo que le llegan mientras avanza en su tejido y el tiempo, que se va colando entre un punto para arriba y otro para abajo.
Tejer es, de algún modo armar el orden del tiempo. Lo sabía Aracne, esa joven tan hábil en el arte del tejido que desafía a la misma Palas Atenea a hacer un tapiz. La diosa representa en la trama de su tejido a los dioses en todo su esplendor mientras Aracne prefiere ilustrar con sus hilos los romances que ha vivido. Le sale mal, no el tapiz, sino el desafío. Atenea, furiosa frente a la belleza de la obra de la muchacha, tira de los hilos y la deja atrapada en su propia trama que convierte en telaraña y a la misma Aracne en araña. Las diosas son así de irascibles y envidiosas. Velázquez, el pintor sevillano, inmortalizó esta contienda en su célebre pintura Las hilanderas. En ella hay un gato a los pies de Aracne jugando con las lanas mientras que la luz se enreda en el tiempo del tejido y del mito.
A medida que el tejido avanza, la tejedora deja en la trama de su tela las impresiones de su paso por el mundo. Mientras ella teje, la vida corre. Hasta el paso del cometa Haley ha quedado registrado entre los hilos multicolores del famoso tapiz de Bayeux. Allá por 1066 Matilde de Flandes, esposa de Guillermo el Conquistador -u otras tejedoras, en esto no se ponen de acuerdo los historiadores- se dedica a contar con agujas y paciencia los acontecimientos referentes a la invasión normanda de Inglaterra.
Mucho más cerca, Irene, el personaje de Casa Tomada de Cortázar, teje para llenar el vacío de su vida, teje por tejer, mañanitas y tricotas que guarda en un cajón sin utilidad alguna. Teje el tiempo de su abulia y, acaso, de su desdicha. Y sólo al final, cuando está todo perdido, suelta el tejido cuando se da cuenta de que los ovillos han quedado del otro lado.
Con infinita paciencia, otra tejedora célebre, doña Paula Albarracín, teje en su telar bajo la higuera sanjuanina mientras, muy cerca de ella, su hijo Domingo Faustino lee preparándose para ser presidente. Paradójicamente, cuando lo logre, propiciará la importación de tejidos de Inglaterra que opacarán las artesanías de su madre.
El tejido es un arte milenario. Tiene que ver con la noche, el fuego y el tiempo. El placer de tejer, como otros de la vida, se va enlazando en la trama de los textos.

domingo, 10 de agosto de 2008

La poesía de Héctor Cattolica

Lentamente, Héctor Cattolica va apareciendo a través de su obra. Una obra dispersa, casi inhallable. Sus dibujos están humedeciéndose en una peniche en el Sena y, todavía, nadie puede decirnos cómo encontrarla. Si bien fue por sobre todas las cosas un artista gráfico, también se interesó por la poesía y, hasta donde conocemos, publicó un solo libro: A falta de otra cosa.
No hace mucho encontré en el Google una oferta de este ejemplar en Mercado Libre. Se lo comuniqué a Mariano Gerbino que proyecta una película sobre Cattolica y él lo compró inmediatamente. Es un volumen dedicado por el autor a Fanny Gorostizaga y a Rómulo, acaso amigos de Buenos Aires. El libro fue editado en 1960 y la dedicatoria está fechada el 30 de agosto de 1961. En ese año Héctor estaba viajando por Europa, había visitado el pueblo de su padre y había vivido un año en el país vasco. Recién regresará a la Argentina en 1969 cuando ya se había instalado en París y había participado de la revuelta del mayo francés.
Leerlo después de haber escrito su biografía en Cattolica pero anarquisto, un artista gráfico en París ha sido para mí muy emocionante. Rastrear su obra fue una empresa compleja y me hace pensar que ese libro que publiqué en 2007 no se ha cerrado aún. Que Héctor Cattolica recién ahora, después de mi investigación, va dejando escuchar su voz.
Aquí va uno de los poemas que integran el libro.

MI PADRE ALBAÑIL
Por Héctor Cattolica

Estoy lejos. Mi padre vive tal vez
con sus arrugas, su trabajo
que adelgaza la cal en el muro
la cara de mi madre y el mantel blanco
cuando era niño
en la humedad de los cimientos
junto a los ladrillos ordenados.

Ya nadie vendrá a buscarme:
el tiempo ha crecido a expensas de mi cuerpo
mi juventud se registra en las canas de mi padre
le duele en la cintura.

Yo quisiera, hermano pájaro,
decirte que él es italiano y estoy lejos
que emigró hace cuarenta años de sus padres y
yo soy su hijo y tú eres pájaro y eres albañil
como mi padre.

El no tiene nuestra vida.
el levanta cuatro paredes y se duerme
porque nadie vendrá a buscarlo
para andar otra vez por la nieve, bajo el sol, hasta su tierra.

miércoles, 6 de agosto de 2008

La casa del silencio

Voy a comentar una novela que terminé de leer el último verano pero que hoy volví a recordar al revisar mis notas sobre los libros que leo. Es una buena costumbre hacer una breve anotación para que, al cabo del tiempo, recordar todo lo que uno leyó.
La novela en cuestión es La casa del silencio de Orhan Pamuk, relato extraño que transcurre en la lejana Turquía pero que, a medida que uno se va adentrando en sus páginas, comienza a descubrir que la sociedad que pinta es demasiado parecida a la nuestra, aún en sus rasgos fundamentalistas.
Hay un personaje que es extraordinario: Fatma, una vieja que recuerda a pesar de sí misma. Otro es Recep, un enano, su criado, que dice: “…el hombre no debe sentir miedo mientras desde algún rincón se filtre aunque sea un poco de luz y el mundo no esté en las tinieblas.”
La novela cuenta la vida cotidiana de una familia turca, una abuela –Fatma- y sus nietos: Faruk, Metin y Nolgum y el criado Recep, en los años 80.
Se cierra con la voz de la anciana que recupera un recuerdo de la infancia. Ha ido a jugar a la casa de unas amigas y, cuando la madre la va a buscar para regresar a su casa, llora desconsoladamente. Pide llevarse un libro que le han leído. Es el Robinson de Defoe. Y entonces, compara a la vida con la lectura. No se puede volver a vivir pero “si tienes un libro entre las manos, por confuso e incomprensible que sea, cuando lo terminas puedes, si quieres, leerlo otra vez y comprender lo incomprensible, para comprender la vida”.

sábado, 2 de agosto de 2008

El mundo de Kafka


La ciudad de Praga en la que nació Kafka pertenecía por ese entonces, en 1883 al Imperio Austro Húngaro. Los Kafka eran una familia de clase media regida por el padre, un comerciante que influyó tanto en Franz que en su obra puede rastrearse el agobio causado por figura dominante. Ya veremos cómo el escritor dejó plasmados sus sentimientos de inferioridad y rechazo paterno en su Carta al padre.
Kafka estudió derecho en la Universidad de Praga y trabajó en una compañía de seguros hasta que enfermó de tuberculosis. Este trabajo, tan ajeno a su vocación literaria le permitió describir a la burocracia como uno de los aparatos fundamentales en el proceso de destrucción del individuo y de mecanización de la sociedad.
Su enfermedad, incurable por ese entonces, lo obligó a reponerse primero junto al lago de Garda y después en Merano, hasta que en 1920 tuvo que internarse en el sanatorio de Kierling, cerca de Viena, donde murió el 3 de junio de 1924.
Nunca se casó aunque estuvo comprometido dos veces, Su relación con Felice Bauer, una joven alemana con la que se relacionó entre 1912 y 1917 quedó plasmada en su libro, Cartas a Felice (1967).
Su amigo Max Brod contravino el testamento de Kafka que determinaba que sus manuscritos inéditos fuesen destruidos a su muerte. Brod los publicó póstumamente. Entre esas obras se encuentran las tres novelas por las que Kafka es más conocido: El proceso (1925), El castillo (1926), y América (1927). La fuerza de su obra ha sido tan original que el término kafkiano se aplica a situaciones sociales angustiosas o grotescas, o a su tratamiento en la literatura.
Temas como la soledad, la frustración y la sensación angustiosa de culpabilidad atraviesan toda su obra. Sus libros cuentan la historia de una imposibilidad: la de expresar, a través de la escritura, el drama del hombre actual, con su crisis religiosa, con sus temores irracionales y su indefensión frente a un poder irracional. Cercano al filósofo Sören Kierkegaard y a los existencialistas del siglo XX, sus textos mezclan lo fantástico y lo real, como en La metamorfosis (1915).
Los héroes que pinta Kafka intentan ser acogidos por el poder y al someterse a él muestran su arbitrariedad y su imposibilidad de ser descifrado.
Casi con lucidez anticipatorio, Kafka nos habló de los infiernos que ocurrirían después de su muerte como el Auschwitz de Hitler y en el Gulag de Stalin.

jueves, 24 de julio de 2008

Las mil caras de Noel Azurmendi


Noel Azurmendi fue un actor que nació el 24 de marzo de 1918 y murió en enero de1995. Era el bibliotecario del Colegio Nacional de Bragado, tarea que realizaba por la mañana, pero a la noche, convocaba a los alumnos para representar obras del teatro clásico que se convirtieron en un espectáculo de mucho prestigio en nuestro medio.
Noel era un actor de raza, tenía mil rostros y sostenía que la diferencia entre el teatro y la vida era que al final de la representación, los muertos se levantaban y saludaban. Convocaba a las profesoras de Literatura para que lo ayudaran en su tarea de adaptación de las obras que escogía dentro de un vasto repertorio y, en el momento de la representación, les pedía que dieran una charla para presentar al autor. Con los alumnos del Colegio de aquellos años, desde mitad de la década del 50 y toda la del 60, el teatro del establecimiento revivió obras medievales y clásicas: Calderón de la Barca, Cervantes, Lope de Vega, Shakespeare.
Como Noel era un ser mágico, la magia anduvo rondando un día en que, buscando papeles en mi biblioteca me topé con una carta que ya no recordaba de 1994, el año anterior a su muerte, en la que respondía un largo cuestionario que yo le había enviado con el fin de que hiciera una revisión de su actividad teatral.
Cuando me inicié como profesora del Colegio en 1977, Noel me pidió que me sumara a su teatro. Recuerdo aquella obra, una adaptación de Alejandro Casona, El entremés del mancebo que caso con mujer brava basado en el Ejemplo XXXV de El Conde Lucanor, obra del Infante don Juan Manuel.
Ya no tengo presente los nombres de los alumnos que actuaban, pero sí esas jornadas que comenzaban al atardecer y se extendían hasta casi entrada la media noche en las que Noel pasaba la letra con los chicos, imaginaba decorados, hacía repetir una y mil veces los parlamentos y bromeaba desplegando su persistente buen humor.
El día de la representación se llenaba el salón de actos y él era feliz con los aplausos porque también le traían el recuerdo de los que había recibido tantas veces, en otros escenarios.
Había sido un comediante fantástico y había tenido la escuela del radioteatro de los años 40, ese mundo de excesos, de pura pasión, de amores contrariados en el que, los sonidos del mundo, se hacían con elementos precarios pero que mantenían en vilo a la audiencia.
Noel Azurmendi era un experto en crear ficciones, en representar mundos de la imaginación y sabía cuán importante era el teatro en la educación de los jóvenes. Por eso prodigaba su tiempo y desplegaba su paciencia. El público reconocía estos desvelos y, cuando el telón se descorría, la magia del teatro se fusionaba con el misterio de los rincones ocultos detrás del escenario y con los laberintos de luz tenue que recorrían la sala. Ahí estaba Noel, detrás de escena dirigiendo la obra, o como actor interpretando a reyes, gauchos, señores de frac, diablos o ángeles. Todas las caras eran, en definitiva, la suya propia. Porque eso es el actor, alguien que puede vivir múltiples vidas todas diferentes.
En el escenario han quedado las cicatrices de tantas obras representadas. El eco de antiguos aplausos vuelve una y otra vez, mientras Noel sale a escena y saluda.

lunes, 21 de julio de 2008

Robert Louis Stevenson, Tutsitala

Jefe samoano y
Robert Louis Stevenson
Los nativos de la isla de Samoa a donde fue a dejar sus huesos llamaban a Robert Louis Stevenson, Tutsitala, que en samoano quiere decir narrador de historias. Había nacido en Edimburgo, Escocia, en 1850 -su padre era constructor de faros- pero recorrió el mundo en viajes aventureros que le inspiraron cuentos como Los Mares del Sur.
Stevenson fue uno de los últimos grandes exploradores de la tierra recorrida con el afán puramente literario. Sus historias llenas de forajidos y piratas recogidas en su deambular por el mundo.
Navegó en canoa, recorrió regiones a lomo de mula, pasó su luna de miel en una mina de plata abandonada, viajó por Australia, Francia, Suiza, Estado Unidos. Finalmente alquiló un yate y atravesó el Pacífico con toda su familia. En Upolu, una isla de Samoa construyó su casa. Allí se hizo amigo de los nativos y se interesó por sus costumbres. Frente al mar samoano está su tumba, en la ladera del monte Baea.
“Escriban mi biografía si lo desean. Pero háganlo rápido, porque cuatro años después de mi muerte ya me habrán olvidado”, había escrito Stevenson sin saber que sus novelas han sido leídas a través del tiempo por generaciones de jóvenes y, muchas de sus historias, inmortalizadas en el cine. La isla del Tesoro (1883), El extraño caso del Dr Jekyl y Mr Hyde (1886), El amo de Ballantrae (1889) y un puñado de cuentos entre los que se destaca El profanador de tumbas, publicado en 1895). Este relato lleno de sugestión y misterio fue llevado al cine por Robert Wise en 1945 en el que Gray fue interpretado por Boris Karloff, el actor que inmortalizó a Drácula.
De La isla del Tesoro aún se escucha la famosa canción de piratas “Quince hombres van en el cofre del muerto/ ¡Ya-ho-ho! Y una botella de ron! La bebida y el diablo se llevaron el resto ¡Ya-ho-ho!” y Tusitala, el narrador de historias, nos vuelve a introducir en la noche de sus invenciones mientras recorremos sus páginas.