jueves, 23 de marzo de 2023

Lo que recuerdo. La Plata. Facultad de Humanidades 1973-1976.

 Por María Cristina Alonso

1.   . 1. Cerca de Joaquín V. González

Empecé la carrera de Letras en la Facultad  de Humanidades de la UNLP  en el 73, durante la llamada primavera camporista que duró cuarenta y nueve días. Nada. Pero, con el pasar de los años pareciera que ese período se extendió por una eternidad. Tengo 18 años. El tiempo no tiene ninguna importancia. Nadie mide el tiempo, sólo se vive con esa intensidad, ese miedo, esa pasión. Creemos que para la muerte falta mucho. Sin embargo la muerte nos come los talones. Por las venas abiertas de América Latina mana sangre. Gabriel Celaya nos dice con la voz de Paco Ibáñez que la poesía es un arma cargada de futuro. Y le creemos.
Salí de la escuela secundaria de mi pueblo y desemboqué en los pasillos de la facultad de Humanidades casi con los ojos cerrados. Venía de escuchar discursos autoritarios de un director borracho que gritaba como si estuviera hablando ante el Reichstag y pronto me habitué a los cánticos desaforados de la JP, al luche y vuele, al patria si, colonia no.
La facultad de Humanidades era un apéndice del edificio de la Universidad donde estaba la carrera de Derecho. Se entraba por una puerta del costado, a la derecha de la estatua de Joaquín V. González que, cómodamente sentado en su sillón, miraba el devenir de la calle 7.

 Puedo recorrerla con la memoria, porque ya no existe. Entrabas por una puerta de madera llena de pegatinas y avanzabas por un pasillo atiborrado de inscripciones y proclamas políticas. A la izquierda la ventanilla de la oficina de “Alumnos”, donde nos inscribíamos y atrás una escalera que subía a la planta alta. Recuerdo a Ricardo Piglia subiendo esa escalera en el ‘73, cuando nadie imaginaba los libros que iba a escribir y que yo iba a leer y subrayar hasta el cansancio. En la planta baja había varias aulas donde fuimos cursando el accidentado profesorado que por un lado tenía el bastión de la más recalcitrante derecha que anidaba en la cátedra de Latín dictada por el ideólogo y jefe de la CNU, Carlos Disandro, y la izquierda proponiendo leer a la América latina desde las producciones de los pueblos originarios. Todo duró poco.
 Del pensamiento nacional, de las discusiones sobre la patria socialista pasamos a la universidad intervenida, a la clausura de octubre de 1974 y a las clases clandestinas, de resistencia, que se hacían en una iglesia evangélica cerca de la terminal de micros. De eso sólo recuerdo el miedo, la adrenalina que producía imaginar que, en cualquier momento caía la policía.

2.  Recuerdos de muerte

De esos años previos a la dictadura recuerdo momentos acotados. Ir al cine de la calle 7 con una compañera y comentar cuánta gente se había asesinando en ese año 75. No recuerdo la película, si a la compañera que no he vuelto a ver.

Otro recuerdo de muerte. Matan a Achem y Miguel. Yo vivo en la calle 54 (la misma en la que vivía Rodolfo Walsh pero a media cuadra de Plaza Moreno). Veo por la diagonal 73 cómo avanza la marcha de antorchas que va al velorio. Creo, o tal vez es el recuerdo de otro, haber pasado por la casa donde velaban a los dos gremialistas asesinados por la CNU en octubre del 74.

3. Septiembre

Allende es asesinado en Chile por el brutal golpe de Estado de Pinochet. En los pasillos de la facultad se agolpan las distintas organizaciones que apoyan al destituido gobierno de izquierda. Se grita “Armas para Chile, carajo”. ¿Yo me sumo a ese coro? No lo recuerdo. Sigo siendo  una chica de pueblo que estudia Letras y que, de a poco, empieza a adquirir cierta conciencia nacional, cierta idea de solidaridad social, algo de esperanza de que el mundo puede cambiar. Y no. Pronto las balas perforan cuerpos y  desgarran la noche. La larga noche que comienza cuando muere Perón y queda ese personaje increíble que es Isabelita. Ella habla en el balcón. Detrás el Brujo le dicta el discurso. El ventrílocuo y su muñeca. El país se convierte en una comedieta sangrienta.

4. Ana María Estevao


El paso del tiempo confunde las cosas y muchos creen que el golpe fue algo que empezó el 24 de marzo de 1976. El golpe es un monstruo grande que venía creciendo y diversificando sus tentáculos en el caldo de la pasión política.

La Triple A ejecuta a militantes desde mucho antes. Es la sala de entrenamiento de los grupos de tareas de la dictadura.

 



A  Ana María Estevao le encantaba tejer. Estudiaba griego tejiendo pulóveres y tiraba volantes de la agrupación de izquierda por la ventanilla del colectivo que la llevaba de la cursada en La Plata hasta San Vicente Solano donde vivía. Charlábamos un rato antes de empezar la clase en los asientos de madera del Instituto de Filología que quedaba en 44. Un día seguimos la charla en un bar frente a Plaza Italia. Habló de su trabajo como periodista en La voz de Solano. Me mostró los volantes que iban a repartir ese día. Me invitó a participar. No le dije nada. Nunca más pude decirle nada.

El 21 de octubre de 1975 –al día siguiente de nuestra charla en el bar- aparece su cadáver junto al de Raúl Kossoy, torturados y baleados. Ambos son dirigentes de Vanguardia Comunista. La facultad se cierra en señal de duelo. La Triple A se adjudica las muertes. Ana tenía 22 años, le gustaba tejer, creía en la revolución, llevaba unos panfletos mal impresos en su bolsa de lana. El miedo es eso que empieza a comerte por los pies. Charly lo sabe, en invierno no hay sol.

6. La casa de la calle 6

Preparo las materias de tercero de la carrera de Letras con una compañera que vive en una casa antigua de la calle 6. La casa me fascina. Los techos altísimos están disimulados con telas de liencillo que cuelgan en globo. Usan frascos de mermelada en lugar de vasos y mi amiga cocina fideos y polenta. El novio con el que vive es roquero y está todo el día tocando con su banda las canciones de Suis Generis. Charly García entra en mi vida a través de las desafinadas versiones que hacen de  Confesiones de invierno. A casi todos los del grupo los habían echado del cuarto y ensayaban ahí, al margen de las discusiones políticas de otros jóvenes que sólo hablaban de revolución y escuchaban a Víctor Jara y Quilapayún.
Ese invierno los lobos nos comen la carne y la radio nos confunde a todos. Pero aun es marzo. Voy caminando por 54 hasta 6. Compro La Opinión en el quiosco frente a la Plaza San Martín. Los titulares de todos los diarios anuncian que gobierna la junta militar. Yo miro a una mujer que barre la vereda como si el mundo no fuera un caos. Ella barre su orden diario. En adelante habrá mucha gente así que finge que no pasa nada.

 7. El golpe y después

 De un día para otro Humanidades cambia. Se limpian las paredes, el ejército está en la puerta, nos palpan de armas cuando entramos. Damos clase en el subsuelo del edificio que están construyendo en la parte de atrás de la facultad. Hay filtraciones de agua y las aulas están inundadas. Cursamos con los pies en los charcos. Un profesor, Juan Carlos Ghiano, nos grita. Nos dice que se acabó para siempre la subversión, que ni se nos ocurra llevar alguna publicación del Centro Editor de América Latina que es una cueva de sediciosos, marxistas pro cubanos, montoneros, enemigos de la patria. Patria. Lo dice con mayúscula. La Patria ha sido recobrada, insiste y grita. Bajamos la cabeza.

 8. Patricia Dillon



La facultad se queda en silencio. Desaparece el bullicio, las consignas, los cánticos, desaparecen los chicos del centro de estudiantes que grababan y desgrababan las clases, desaparecen profesores, algunos se van al exilio.

Patricia Dillon tiene 23 años. Se sienta en uno de los banquitos de la cocina en mi departamento de 54 y sonríe mientras pongo una piza en el horno. Tiene el pelo largo y lacio. Está apurada porque ha dejado a su bebé en alguna parte y viene a pedirme los apuntes de Introducción a la Literatura. Pero se toma un momento para fumarse un cigarrillo. Creo que no sé de su militancia, seguro hablamos de tonterías de la facultad. Yo abro el horno y pongo la fuente, ella se ríe sentada en el banco de mi cocina, recostada contra los azulejos celestes.  Después se va. Así me queda su sonrisa en la memoria para siempre. El 7 de diciembre de 1976 la  secuestraron en la calle. Su cuerpo, como el de su marido, Luis Ciancio, fue identificado en 2012 por el Equipo de Antropología Forense. El bebé que debía pasar a buscar por la casa de sus suegros, Federico, es un músico prestigioso, especialista en música barroca, clavecinista, arpista y director. Patricia sigue sonriendo en mi cabeza y recién han pasado 46 años de ese día en que la vi por última vez.

7. Con el tiempo quién es quién

En la clase de Literatura Argentina, el profesor Pedro Barcia (ahora integrante de la academia argentina de tataata) despliega su histrionismo frente a sus alumnas, todas mujeres. Estamos en el aula frente al kiosco de EUDEBA que supo tener libros baratísimos y ahora está clausurado. Es una clase en la que el profesor se luce en su soliloquio. Nosotras calladitas. Mediados del 76, ya aprendimos que ni ahora que estamos solas, ni cuando se sentaban a nuestro lado los de la CNU con sus sobretodos bajo los cuales escondían las pistolas, era conveniente opinar.
Pero la rubia que se ha incorporado tarde a la cursada y que viene de otra facultad levanta la mano y cuenta -con tanta inocencia- que está asistiendo a los cursos que Ricardo Piglia da en su casa, al ser cesanteado en la universidad. No lo dijo así, pero quedaba claro que era como una especie de “universidad de las sombras”, un lugar sin censuras.
Recuerdo cómo Barcia olvida su sonrisa pegajosa y grita desaforado. Acusa a Piglia de subversivo, transgresor, amenaza a la alumna, le dice que está pisando en falso. La chica rubia se va aplastando, empequeñeciendo y trata de contener las lágrimas pero no puede. Llora bajito. Barcia sigue con Lugones.
Cuatro décadas después las piezas se acomodan. Barcia es alabado por el diario La Nación, ha sido invitado a la mesa de Mirtha Legrand y, a veces, alguien le pregunta sobre el lenguaje inclusivo para que despotrique como un desquiciado. Piglia ha muerto. Tengo todos sus libros, he disfrutado y aprendido de sus clases en la televisión pública, leo y releo Critica y Ficción, Respiración artificial, El último lector, Blanco nocturno, Prisión perpetua. A Barcia se lo recuerda como el secretario de Asuntos Académicos de la FAHCE, encargado de centralizar el control sobre el material bibliográfico que se compraba en la Facultad durante la dictadura y autor de un montón de libros soporíferos que nadie lee.

 8. Farenheit 451.

También hay que limpiar los departamentos, hacer desaparecer -qué palabra que pronto tendrá otro significado-  todos los panfletos que nos han dado en la facultad y quedan entre los libros, esconder los libros de autores de izquierda,, de título sospechoso, dudamos ante cada tapa. ¿El Quijote estará prohibido? Exceso de imaginación. ¿La poética de Aristóteles? Está muy subrayado, puede ser sospechoso de contener mensajes cifrados. Quemamos y tiramos lo obvio: fotos del Che, afiches de Carpani con robustos hombres de puño alzado, Los condenados de la tierra de Fanon, y Sartre claro, aunque lleve el título de ¿Qué es la literatura?.

Estaba faltando algo. No, tirar las revistas Crisis, no. Es como tirar todos esos años en que fui entendiendo cómo venía la mano en esto de ser latinoamericana, subdesarrollada, pobre, colonizada. Milagrosamente llega desde Bragado mi viejo. Nos lleva a comer, nos da dinero y se lleva, debajo de la alfombra del baúl del Renault 6, toda mi colección de revistas Crisis que salieron entre 1973 y 1976. Ahí se fueron con el viejo los reportajes a Cortázar, artículo de Carpentier, de Haroldo Conti contando su viaje a Cuba, crónicas de explotados en cualquier parte de Latinoamérica, versos de Roque Dalton, de Juan Gelman, charlas con García Márquez, discursos de Salvador Allende. Uf. Todavía están en el último estante de mi biblioteca. Intactas, esperando oleadas de jóvenes que tengan ganas de leerlas, de escuchar la música de los 70. ¿Habrá?

9. Final

Me recibí de profesora en Letras en octubre de 1977. Volví a Bragado. Nadie con quien hablar.  Ya estaba dando clases cuando el mundial del 78. La gente seguía anestesiada. Vino Malvinas. Primera hora de clases después del 2 de abril. ¿Qué piensa profesora de la guerra? Y dije todo lo que un docente, una mujer, una persona sensata puede opinar de la guerra. Imaginen lo que se dijo en la sala de profesores de mí.

Cada 24 de marzo recuerdo cosas. Hago memoria, aunque tenga esto poquito que contar. Era  una estudiante de Letras que miraba el devenir de la historia con los ojos de una chica de pueblo. Que iba aprendiendo cosas con cada lectura, y que veía cómo el mundo se volvía oscuro y silencioso. Escribo para que nunca más, nunca más las dictaduras militares o las que se ganan en las urnas nos escondan el sol.

martes, 28 de febrero de 2023

¿Dónde vas a ir, Alicia? Otra mirada sobre Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll

 Por María Cristina Alonso

1. Cómo nace la historia

Desde la biblioteca de Chist Church College de Oxford, donde  tiene un despacho como subdirector,  el Reverendo Charles Lutwidge Dodgson mira con deleite a las hermanas Liddell que juegan al cricket.


Ilustración: Mirella Musri

El aburrido profesor de matemática, un poco tartamudo y asimétrico como sostienen sus biógrafos y muestran sus retratos, oye las risas de Lorina, Alicia y Edith Liddell, hijas del decano del College  y quisiera volar hacia ese jardín para jugar con sus amiguitas.  Porque si en algo destaca  este solterón exigente, irritable y asexuado, es por su enorme facilidad para entablar relación con las niñas. Por ellas, abandona su adusta expresión de catedrático y hace un ratón con un pañuelo, un barco con  papel, les enseña a jugar el ajedrez, inventa acertijos, juegos, rompecabezas y trucos de magia.



Tiene otra pasión además de la de frecuentar  niñas entre siete y diez años con las que entabla amistad. Ha sido fotógrafo por más de 24 años hasta el punto de convertirse en un maestro de ese incipiente arte. Fotografía paisajes, animales, esqueletos, personas y muchas, muchas niñas, algunas de ella con poca ropa o desnudas. Llega a acopiar más de 3000 imágenes en su estudio de las que sobreviven un tercio de ellas.

En la rígida sociedad victoriana, no se ve mal que un adulto se entretenga con niñas despiertas e imaginativas como Alicia Liddell. Por lo tanto, la famosa tarde del 4 de julio de 1862, el profesor Dodgson acompañado por su amigo el becario del Trinity College Robinson Duckworth, lleva de paseo a las tres hermanas Liddell a una excursión en barca por el Támesis.

En su diario, Lewis Caroll, como firmaría sus ficciones el Reverendo Dodgson, consigna que el recorrido fue de tres millas, desde Folly Bridge hasta el pueblo de Godtow en cuya orilla tomaron el té.  Y siete meses más tarde añade:”En esa ocasión les conté el cuento de las aventuras de Alicia bajo tierra.”


De regreso, Alicia le pide a su amigo que escriba la historia que había inventado mientras navegaban. Dodgson pone manos a la obra y escribe el libro que se convertirá en uno de los más leídos no solo por niños sino por adultos de todos los tiempos: Alicia en el país de las maravillas que, en su primera versión, se titula Las aventuras subterráneas de Alicia. Aquella historia que comenzó a inventar la tarde del paseo fue creciendo en encuentros posteriores. Y si la escribió, fue por la insistencia de Alicia, su amiga de diez años, que quiso ver el relato convertido en un libro.

Así nace la primera versión de Alicia en el país de las maravillas. Dodgson reconstruye las insólitas aventuras de Alicia en un manuscrito con letra cuidada y clara para facilitar la lectura de la niña y lo ilustra con dibujos hechos con pluma.

En noviembre de 1864 Alicia recibe el manuscrito con la historia requerida e ilustrado por el mismo Dodgson. Tiene 90 páginas y una dedicatoria: «a una niña querida, en memoria de un día de verano»

 


El libro que hoy leemos y releemos fue publicado en mayo de 1865 por la editorial Macmillan and Co. Esta vez ilustrado por un dibujante profesional, John Tenniel, cuyos dibujos han quedado grabados en la memoria de lectores de todos los tiempos y son los más populares y reconocidos.

 


 

Años más tarde, en 1871 escribe una continuación, ilustrada también por John Tenniel , Alicia a través del espejo.

 La amistad con la Alicia real dura poco, La señora Liddell comienza a sospechar que Charles Dodgson se ha enamorado de su hija y que pedirá su mano cuando alcance la edad de casarse. El rumor es que la madre de Alicia aspira a casar a Alicia con el hijo de algún miembro de la realeza. Por algún motivo, Dogson no es más recibido en casa del decano y se le prohíbe ver a las niñas a partir de 1865. Se sospecha que algo ocurre y que se contaría en el diario de Dodgson  y no nos enteramos porque esas páginas fueron arrancadas después de la muerte del autor.

 


Las sesiones de fotos y los paseos por el campo contando historias a las chicas Liddell se terminan. Sin embargo Dogson, que firma relatos infantiles como Lewis Carroll, no olvida a su amiga y le sigue enviando cartas.

 Lo cierto es que más allá de las extrañas aficiones de Lewis Caroll, lo que la madre de Alicia no pudo desterrar de la imaginación de sus hijas - y la de todos los niños y grandes que leyeron sus libros- es a ese gato que sonríe y desaparece por partes emitiendo paradojas, al Conejo Blanco que anda siempre apurado e inicia a la niña en su aventura, ni a la Duquesa que lleva en sus brazos algo que parece un bebé pero es un cerdito, y jamás, jamás olvidaremos esa mesa de té donde un Lirón, un Sombrerero y una Liebre de Marzo toman el té incesantemente porque siempre son las seis y las tazas se acumulan y no hay tiempo para lavarlas.

 

2 El pasaje

 La novela fantástica que escribió Lewis Caroll propone un pasaje de un mundo racional y ordenado a otro donde las cosas funcionan diferentes. Pablo de Santis llama a esta y otras obras para niños que le sucedieron como El mago de Oz, Peter Pan, Charly y la fábrica de chocolate, “novelas de umbral”, porque en estas ficciones siempre hay un umbral que nos lleva a un mundo con sus leyes propias.

 


Ilustración: John Tenniel

 Un mundo sin adultos, sin padres que regañan, sin ejemplos moralizantes como había sido la literatura para las infancias hasta que aparecieron Edward Lear y Lewis Caroll. Ambos escribieron historias llenas de disparates, de acertijos, donde el verdadero protagonista es el lenguaje. Una burla, si se quiere, a la educación represiva que había caracterizado a la estrecha moral victoriana. Es entonces necesaria la fantasía para liberarse de la realidad que oprime y encorseta.

 Dice la irónica Alicia ante la duda de beber de la botella que encuentra sobre la mesa de tres patas: “No, primero mirararé y veré si dice o no veneno, porque había leído algunos deliciosos cuentos sobre chicos quemados o devorados por las fieras, entre otros hechos desagradables, todo por no haber recordado los fáciles consejos de sus amigos…” (Alicia, Capítulo I)

 Las aventuras subterráneas de Alicia comienzan con un sueño. Aburrida junto a su hermana que leía un libro sin ilustraciones y embotada por el calor, comienza a adormecerse. De pronto aparece el apresurado Conejo Blanco que mira el reloj con angustia porque se le hace tarde. Dicho esto, entra en una madriguera a donde Alicia no resiste la tentación de seguirle.

 


 Así se inicia una de las mejores historias, con  alguien que se anima a pasar por el umbral, como esta Alicia que está dispuesta a sumergirse en lo desconocido con tal de saber por qué a ese Conejo de chaleco se le hace tarde.

 La madriguera se convierte en un pozo y Alicia desciende por un túnel lleno de armarios y bibliotecas, mapas y cuadros colgados. Un descenso largo que Caroll demora para que los lectores disfrutemos ese pasaje, esa brecha que une el aburrido mundo cotidiano de ese otro en el que suceden cosas extraordinarias.

 


Nos cuenta Martin Gardner en su Alicia anotada que en tiempos de Caroll se especulaba sobre qué sucedería si una persona cayese en un agujero que pasara por el centro de la tierra. Francis Bacon, Plutarco, Voltaire habían planteado esta cuestión. Parece que Galileo dio con la solución correcta: “el objeto caería con aceleración creciente pero con aceleración decreciente hasta que llegase al centro de la tierra, en cuyo momento su aceleración sería cero. A partir de ahí, su velocidad disminuiría al aumentar su deceleración, hasta alcanzar la abertura del otro extremo; entonces volvería hacia atrás otra vez.”

 En Alicia, como en otras novelas del género, el descenso le permite a la niña  entrar en un mundo donde todos están locos, hablan con acertijos, realizan acciones sin lógica, dicen disparates porque, el sinsentido, es la esencia de la geografía subterránea.

La protagonista de la novela de Caroll es una niña sensata que observa el mundo y toma distancia. En ese mundo donde las palabras quieren decir una cosa y también lo contrario, ella, como señalan algunos críticos, es una niña adulta que se resiste ante los disparates de unos adultos que parecen niños. Pues, como dice el gato de Cheshire que aparece y desaparece, a veces dejando su sonrisa en el aire: “Aquí estamos todos locos”.

En la época de los viajes a lugares desconocidos, lo que cuenta Lewis Caroll es un viaje iniciático, de transición del niño al adulto. Alicia debe afrontar nuevos retos, encuentros casi de pesadilla, incomodidades propias de toda persona que crece.

 

3. Nonsense

 

Dice Chesterton en su ensayo Defensa del desatino que Charles Dodgson vivía con un pie en cada uno de los dos mundos: el de los serios profesores de Oxford y el de las historias absurdas que escribe bajo seudónimo. “Su país de las maravillas es una región poblada por matemáticos locos. Sentimos que todo es evasión hacia un mundo de mascarada; sentimos que si pudiéramos penetrar sus disfraces, habríamos de descubrir que Humpty Dumpty y la Liebre de Marzo eran profesores y doctores en teología disfrutando transformando sus reglas de un feriado mental.”

 En Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, el mundo absurdo y los juegos de palabras organizan los encuentros  de la niña con los habitantes de una geografía donde nada tiene lógica.

 En los dos relatos sobre Alicia, Lewis Carroll propone juegos conocidos transformando las reglas. Hay carreras que largan en cualquier parte y en la que todos ganan y reciben premios, un partido de cricket en la que los mazos son flamencos rosas y las bolas erizos. En el primero de los libros se alude al juego de cartas. Jardineros, soldados y aún el Rey y la Reina pertenecen a un mazo de cartas. En el segundo libro, detrás del espejo hay un enorme tablero de ajedrez y toda la aventura intentará seguir sus reglas. Así como en la primera parte Alicia cambia de tamaño incesantemente, en la segunda parte va cambiando de lugar de acuerdo con los movimientos de las piezas en el tablero.



 Ilustración: John Tenniel

  Pero las reglas en estos juegos siempre se traicionan o cambian caprichosamente. Porque lo que inventa Carroll es el mundo del revés. Todo está patas arriba como ocurre en la poesía inglesa del nosesense (sin sentido, disparate).

 Antes que Carroll. Edward Lear (1812-1888), un escritor y pintor británico cultivó el nosense o poema disparatado.

Lo que estos escritores decimonónicos presentan son juegos del lenguaje, asociaciones fortuitas de sonidos, mensajes que producen  desconcierto porque estamos en el reino del absurdo.

—Toma un poco de vino —dijo la Liebre de Marzo en tono conciliador. Alicia miró por toda la mesa, pero no había más que té.

—Yo no veo vino —comentó.

—No lo hay —dijo la Liebre de Marzo.

 —Entonces, no es muy cortés por su parte ofrecérmelo —dijo Alicia con enfado. (Alicia, capítulo VII)

 


Como lectores de estos diálogos absurdos tendemos a pensar como Alicia que, aunque parezcan carecer de sentido, resultan disquisiciones correctas.
Parece confusa esta afirmación, pero el nosense no es algo reñido con el significado de las cosas, sino que se trata de formar un nuevo significado bajo otro sistema referencial.

 4. Sueño dentro del sueño

 Borges, que en un cuento de su libro Ficciones, “Tlön Uqbar Orbis Tertius”, había imaginado que una de la escuelas de Tlon, un planeta desconocido que figura en una reimpresión de la Encyclopaedia Britannica,  sostenía que, mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres.

Por eso  escribe un artículo que titula “El sueño de Carroll” pensando en los innumerables casos en la literatura cuyo tema es el sueño y nos dice que los más ilustres se hallan en los libros de Lewis Carroll.

Es que las dos aventuras de Alicia son sueños. Alicia en el País de las maravillas concluye con el despertar de Alicia que le cuenta el sueño de sus aventuras locas a su hermana y esta se adormece contemplando la puesta del sol y sueña con Alicia y vuelve a pasar el Conejo Blanco y el Ratón asustado chapoteando en un charco cercano. Y de paso imagina, en el sueño a Alicia adulta contando a unos niños que la rodean el sueño remoto del País de las maravillas.



Ilustración: John Tenniel


El tema del sueño dentro de otro sueño reaparece en Alicia a través del espejo  Alicia sueña con el Rey Rojo, pero el Rey Rojo está soñando con Alicia que también está soñando con el Rey Rojo. Un espejo frente a otro espejo.

Y dice Borges en su artículo sobre Carroll “Alicia sueña con el rey Rojo, que está soñándola, y alguien le advierte que si el rey se despierta ella se apagará como una vela, porque no es más que un sueño del rey que ella está soñando. Los dos sueños de Alicia bordean la pesadilla.”

 


Ilustración: Gabriel Pacheco

Encuentra Borges detrás de los sueños de Lewis Carroll la melancolía y la soledad de un hombre que no conoció el amor y no tuvo otros amigos más que algunas niñas de amistad efímera y la pasión por la fotografía que, en su época, aún no era valorada.

Como concluye Carrol en la segunda Alicia: “La vida, acaso, ¿no es más que un sueño?”

 

5. Lectores de Alicia

La chica que lee Alicia en el país de las maravillas en la década del 40 se llama Flora y más tarde escribirá poemas que firmará como Alejandra Pizarnik. Hija de inmigrantes ruso- judíos que llegaron a la Argentina huyendo del nazismo, crece escuchando historias del Holocausto. La tristeza de esos relatos llenos de persecución y muerte la destierran  de la Infancia, que se convertirá en un lugar inaccesible. Escribe:

 Hora en que la yerba crece

en la memoria del caballo.
El viento pronuncia discursos ingenuos
en honor de las lilas,
y alguien entra en la muerte
con los ojos abiertos
como Alicia en el país de lo ya visto. (Pizarnik, Infancia, de Los trabajos y los días).

 


Ilustración de Ana Juan


Alejandra se siente expulsada de la infancia donde está el jardín al que Alicia accede cayendo por la madriguera. Reescribe Alejandra ese viaje hacia el mundo subterráneo que el personaje de Carroll realiza con cierta lentitud. Titula su relato “El hombre de antifaz azul” que está incluido en su libro El deseo de la palabra.

 Alejandra juega con las palabras como aprende en  Alicia. En su diario anota el 31 de marzo de 1963: “Me desperté a las cinco de la mañana muerta de risa. Recordaba, después de tanto tiempo, las aventuras de Alicia. La Reina, el Rey, el Sombrerero, la Liebre Loca, el Lirón, los flamencos para jugar al cricket, los hongos que hacían crecer y disminuir, el niñito que estornuda en la cocina llena de pimienta. Pero la tortuga llorona… sobre todo ella.”

 


 A., el personaje de Pizarnik quiere entrar a un bosque, ese lugar perfecto aunque vedado y peligroso. “Bébeme y serás la otra que temes ser” dice la etiqueta de la botella que encuentra la niña. Duda, pero bebe, su deseo de llegar al bosque es enorme.

 “— ¡Qué sensación psicodélica! —exclamó A.—. Debo de estar achicándome como un toro observado desde muy lejos por un pajarito miope que se quitó los anteojos.” (Pizarnik, El hombre del antifaz azul)

 Así como la Alicia de Carroll declama que solo quiere ver un jardín, el personaje de la reescritura de Alejandra, A., intuye que ese jardín es la infancia de la que fue arrancada.

Alejandra lee en Lewis Carroll uno de sus temas predilectos: la infancia y sus espejismos, la expulsión de ese paraíso y el  regreso desde su propia escritura.

 No es fácil describir a la Argentina de 1976, en plena dictadura. Nadie escapa a la censura, pero Charly García se las ingenia, inventa metáforas para contar lo que nadie se atreve. Escribe y canta “Canción de Alicia en el país”, una canción que originariamente es compuesta para una película que intenta satirizar a la dictadura en clave de fábula.

 


  Ilustración Yayoi Kusama

 Charly se inspira en el disco de Génesis, Nursery Cryme que parodia las nursery rhymes, las rimas de las canciones infantiles británicas del siglo XIX. Y, a partir del libro Alicia en el país de las maravillas, escribe Canción de Alicia en el país. Omite deliberadamente la palabra “maravillas” y cuenta el mundo de pesadilla que se vive en tiempos en que ya no hay tortugas, refiriéndose al ex presidente Illia, ni morsas como el dictador Onganía, ni brujos como el ministro de Isabel Perón, López Rega.No cuentes lo que viste en los jardines,/

el sueño acabó/ ya no hay morsas ni tortugas”.

 


Pasan cuatro años de aquel 76 y Charly le hace algunos cambios a la canción para incluirla en el repertorio de Serú Girán. Aunque la canción es una crítica directa a los militares parece que ellos no la entienden y no es censurada.

 Un río de cabezas aplastadas

por el mismo pie
juegan cricket
bajo la luna

Estamos en la tierra de nadie,
pero es mía
los inocentes son los culpables,
dice su señoría,
el rey de espadas

No cuentes que hay
detrás de aquel espejo,
no tendrás poder
ni abogados, ni testigos


 

Ilustración de Ester García

 

El universo que inventa el reverendo Dogson para la niña de sus ojos invierte los sentidos, Charly, además,  cuenta el horror. De todos modos, como en el mundo de Alicia, en la Argentina están todos locos, con la diferencia de que la locura de la dictadura no consiste en jugar con las palabras, hacer retruécanos y plantear enigmas, los locos asesinan, desaparecen, exilian.

 

Estamos en la tierra de todos,
en la mía
sobre el pasado y sobre el futuro,
ruinas sobre ruinas,
querida Alicia

Quién sabe Alicia, este país
no estuvo hecho porque sí
te vas a ir, vas a salir
pero te quedas,
¿dónde más vas a ir?



Ilustración: Mirella Musri

6. Final del juego

Los libros de Alicia proponen juegos.  Ludwig Wittgenstein nos dice que las palabras son cáscaras a las que encontramos significado por el contexto y a este fenómeno lo llama juegos del lenguaje. En las matemáticas como en el lenguaje ordinario, se trata, de hecho, de aplicar reglas.

 

Lewis Carroll nos propone en sus relatos para niños, que descubramos cómo construimos el lenguaje, cómo experimentamos con él.

 

 Carroll era un maestro de la experimentación. Ya hablamos de su amistad con diversas niñas, además de Alicia. Cuentan sus biógrafos que les escribía muchas cartas, entre ellas ideó la carta-jeroglífico, las cartas en forma de molinete circular, cartas que sólo podían leerse si se las ponía frente al espejo, las cartas mínimas que sólo podían leerse con lupa, las cartas con efectos visuales por las que se deslizaba una araña o un escarabajo, cartas con garabatos, chistes y dibujos.


 


Solía pasear por la playa con un maletín negro que contenía rompecabezas de alambre y pequeños regalos insólitos para atraer a las niñas. Pero nada le dio más resultado que atraer a las infancias de todos los tiempos con los dos libros de Alicia. Y también a los grandes.  Dadaístas y surrealistas pusieron atención en el mundo absurdo de Carroll. El absurdo y la exploración de lo onírico fue la estética predominante  de principios del siglo XX.



Los dibujos de John Tenniel contribuyeron a crear ese mundo de ensueños, ese juego infinito que nos propone Alicia y todos los habitantes del mundo subterráneo. Lirones, tortugas, sombrereros, duquesas, reyes, cerditos, orugas, grifos, dodos, gatos con sonrisa, reyes y reinas, ratones y conejos nos enseñan a los lectores que todos somos partes del sueño de Carroll y que, como escribe Borges, esos sueños son porciones de nuestra felicidad. “Ojalá- nos dice-  compartan esa felicidad quienes, más allá de los años y la repetida vigilia, siguen, como yo, volviendo sus páginas.”

 

Bibliografía

.Borges, Jorge Luis, El sueño de Lewis Carroll , El  país, 9 de febrero de 1986

.Carroll, Lewis. Alicia en el país de las maravillas. A través del espejo. Edición de Martin Gardner. Akal Ediciones: Madrid, 1984 

.Chesterton, Gilbert Keith “Defensa del desatino”. En Baeza, Ricardo (comp.): Ensayistas ingleses. Buenos Aires, Jackson. 1901

.De Santis, Pablo. Las narrativas para niños y el género fantástico. Diploma Superior en Culturas y narrativas para la infancia y la juventud, 2018.

.Garralón, Ana, Historia portátil de la literatura infantil. Ed. Anaya. 2ª edición. Madrid, 2005.

.López Orcón, Mónica. En busca de la infancia perdida, Caras y Caretas, Año 60 N°2376 Abril de 2021

.Pizarnik, Alejandra. Prosa completa. Lumen, Palabra en el tiempo, Barcelona, 2001.

.Wittgenstein, L. Investigaciones filosóficas. México: Instituto de Investigaciones Filosóficas. 1988.